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Esquelas para mis amigas y denuncia para nuestras maltratadoras 

Por Victoria Maliqueo Orellana

Este texto denuncia el acoso laboral que sufren muchas mujeres, incluso por parte de otras mujeres en posiciones de poder. Reconoce el dolor compartido y la herencia transgeneracional de lucha por una vida digna. Y llama a romper el silencio, acompañarse y denunciar para transformar colectivamente esa realidad.

Ser mujeres no nos hace buenas, tampoco ser amables nos asegura que no nos dañarán. Me ha tomado un tiempo comprenderlo. También que el trabajo no lo es todo y que es mejor compartir el duelo para que sea menos espeso.

De pequeña coleccionaba esquelas, como buena niña noventera amaba compartir esos pedacitos de papel con colores pasteles. Mi pasión real era guardarlos e intercambiarlos, pues la acumulación de objetos hermosos no tenía sentido sin la compañía de quienes quería. Las esquelas más lindas y grandes las usaba para desearles felices cumpleaños a mis amigas, dibujaba nuestras caras felices y escribía: «Querida amiga, te deseo lo mejor».

Hoy quiero retomar este gesto dedicando estas esquelas a todas mis amigas que ya no son niñas, pero que como infantes, hemos llorado en nuestros puestos de trabajo. A todas las que nos escondimos en los baños de las oficinas a comernos la rabia, lavarnos la cara y volver a nuestras labores. Y también escribo para agradecer a las compañeras que nos han apoyado. Estas esquelas no desean felicidad para un nuevo año. Son palabras para animarte a denunciar a quien te maltrata, y para desearte que tengas mucho éxito.

El acoso laboral es algo que experimentamos muchas veces en silencio, en la complicidad de instituciones que deberían protegernos. Pero, la máquina aún no cambia tan rápido como quisiéramos y menos para quienes hemos sido víctimas. La balanza está muy inclinada hacia el lado del maltrato. Sin embargo, quizás estas esquelas sirvan para algo: para no sentirte tan sola, para acompañarnos entre todas las que hemos vivido esta soledad y este silencio. 

Nos cuesta denunciar, precisamente porque en ocasiones la angustia nos hace flaquear. Porque nos cuestionamos qué hicimos mal y en qué punto se gestó una bola de nieve que ahora es muy difícil de detener. Creo que también nos afecta que algunas veces nuestras maltratadoras sean otras mujeres, que quizás compartan algunos aspectos con nosotras, que quizás en ellas podamos justificar su manera de comportarse porque «son así» o les «tocó más duro».

Pero parte de crecer también es darse cuenta que no hay justificación para la maldad sistemática. No merecemos de ninguna manera que se nos maltrate, que se nos grite como si fuéramos sus subalternas, nanas, hijas, o cualquier posición que nos incomode, porque no lo somos. Ellas no son nuestras mayores, y en el plano laboral abusan del espejismo de poder que tienen, ese pequeño e insignificante poder que detentan. Comprendo que sus prácticas corresponden a complejos heredados de otros tiempos. Pero también hay agencia en nosotras. Podemos cambiar en algo las cosas, quizás no hacer todo de nuevo, pero al menos tomar un trozo de dignidad. ¿Cuántas veces te dijeron que esa ropa no estaba bien?, ¿Cuántas  veces dijeron que las cosas no se hacían como las estabas haciendo, sin justificación práctica? ¿Cuántas veces simplemente asumieron que deberías obedecer? ¿Cuántas te gritaron o desautorizaron frente a colegas solo porque podían hacerlo? 

Por eso esta esquela te dice: Denuncia. No las dejes ganar, enfócate en tu bienestar, porque estando mejor, posibilitaremos un camino más llano para las que vienen.

No sientas culpa por decir lo que te ocurre. La vergüenza muchas veces tiene una aguja de clase: si venimos de más abajo, se nos enseña a agachar la cabeza. En este sentido, no es eficiente asumir que la empatía o el bien común es un rasgo distintivo de género, pues también hay mujeres que carecen de solidaridad hacia otras, incluso cuando son -o eran- otras indígenas de clase baja como tú o yo. Quizás solo se acuerdan de la sororidad para alguna marcha escarchada del 8 de marzo, para el slogan vacío del feminismo hegemónico grabado en sus poleras, pero cuando terminan las conmemoraciones, como por encanto, vuelven a ser las mismas explotadoras de siempre.

Estamos creciendo quizás más rápido de lo que esperamos. Por eso, las injusticias y los dolores del trabajo se vuelven más agudos en esta adultez aún joven. Pero si nuestras marcas en el agua se comparten pueden formar líneas más grandes que frenen otro llanto ahogado. Una parte desconocida del dolor que se experimenta en el trabajo, es que no solo alude al cuerpo que está ahí, también ofende a las generaciones que hicieron posible que esa niña se transformara en profesional para que sufriera menos humillaciones que las mujeres que las antecedieron. Encarnamos los deseos de emancipación de abuelas campesinas, indígenas, madres dueñas de casa, obreras muchas de ellas solteras, que nos criaron para dar lo mejor: ser amables en el trato y reflexivas en lo que hacemos.

La meritocracia sigue sin convencer. Es mezquina con el trabajo incesante de varias generaciones que se ataron al modelo de la educación superior como solución no solo a la pobreza económica, sino también como un freno del abuso laboral. El obtener un mejor puesto que nuestras madres, no nos asegura protección ante la arremetida de la fuerza patronal aún instalada en la cultura organizacional chilena. Somos testigos y somos parte del neo palomeo, la humillación ya no es sólo física sino con ribetes psicológicos de manipulación, que hoy tienen incluso perspectiva de género, clase e intercultural, pues nuestras maltratadoras son también nuestras «lamngen».

Es importante ver entre tanta neblina. Ser conscientes de que cuando nos dañan también les duele a nuestras familias, hay un dolor transgeneracional que no se puede omitir. Por ello, decir basta es un paso a la reparación colectiva, un avance del que debemos empoderarnos. La posibilidad de cambiar, aunque sea microscópicamente esta realidad, es nuestra. No nos podemos sentir mal otro año. Por último tenemos que acompañarnos en la pena. Por ello, escribo esquelas a mis amigas. Y escribo estas denuncias a nuestras maltratadadoras 💋


Victoria Maliqueo Orellana

(Cauquenes, 1993) Es socióloga y realizadora, de raíces mapuche y campesinas. Parte del colectivo Rangiñtulewfü y editora de la Revista Yene, su trabajo explora identidades mapuche y diaspóricas a través de la investigación y la creación audiovisual.