Negra de pelo quieto y de sonrisa encantadora.
Orgullo de mi gente, gente que es negra, gente preciosa.
No me llames morena porque moreno no es mi color.
Yo vengo de una raza donde soy Negra gracias a dios.
Tamafri, Soy Negra (2016)

Cuando deseé escribir, pensé seriamente a quién deseo escribir, a quién deseo compartir mis memorias, y por, sobre todo, con quién, a través de la escritura, deseo re-conocer, re-memorar y re-conectar. Siento, hay una gran diferencia cuando escribes para gente blanca, escribes tu experiencia dando algunos conceptos académicos, que difícilmente las mujeres negras, estoy pensando en mi mamá, mi abuela, mi tía y las mamás de mis amigas, comprenderán. Sin embargo, entiendo que es importante visibilizar el racismo, ennegrecer los espacios y hablar-accionar desde el antirracismo en los espacios históricamente blancos. Hoy, deseo hablar desde las memorias compartidas en la intimidad, desde el encuentro con los amores negros en el diario vivir, y en particular, deseo que esta escritura llegue a los corazones negros, a las negras, negres y negros, a las amigas con quienes hemos tenido las más hermosas intimidades en la pregunta ¿has pensado en trenzarte?; y en la acción de la caricia del pelo, la trenza, la nariz y los labios gruesos. A ustedes, a mí, a las ancestras todo este afro amor.
Desde hace casi cuatros años, estoy tratando de desarrollar un taller que, para mí, tiene una implicancia directa entre lo que siento como cuerpo migrante y negro, y mi proceso de descubrirme negra, es decir, de habitar mi espíritu negro, de sentir con orgullo como diría mi abuela esa piel, labios, cuerpo y cabello. Así que a ese proceso lo llamé danzarronaje; danza porque era desde la danza y rronaje por el cimarronaje, que refiere a las fugas que las personas negras esclavizadas hicieron de las haciendas y lugares de explotación. Me pareció interesante sentir tal vez, esa fuga desde el cuerpo. ¡Mira! para no alargar el cuento, el taller que hice en ese entonces no tuvo la mejor dinámica, lo hice demasiado teórico y no me gustó. Hoy nuevamente después de algunos años, sentí la necesidad de volver al danzarronaje, pero antes de sacarlo como taller, es decir, compartirlo con otras personas, observé que era muy importante que hiciera un proceso personal sola, danzara en mi intimidad y re-memorara muchas cosas.
En mi primer ensayo, pensé en gravar mi voz, y lo que saliera de ahí tendría que danzar, mi voz sería el reemplazo de la música. Así que cuando encendí la grabadora, empecé a hablar sobre mi pelo, recordé muchas cosas, pero principalmente toda la grabación que hice en ese momento fue sobre como odié mi pelo, y, por ende, como me odié a mí misma por mucho tiempo.
Pero esta historia no me pasó solo a mí, les pasó a muchas mujeres negras que hoy conozco y que, hasta el día de hoy, temen, por ejemplo, que sus parejas las vean con el pelo natural afro. Especialmente si tienen cabello tipo 4C, que es uno de los más crespos. Esto me llevó a su vez, al recuerdo de cuando empecé en el “activismo”, lo hice desde el pelo y mi condición de mujer. En ese entonces veía a una mujer negra por la calle con el pelo liso, y pensaba que aún estaba esclavizada mentalmente, que aún le faltaba aceptarse a ella y eso era una pena muy grande, pero en realidad me avergonzaban más ellas a mí. Así que con más razón pensé la importancia de cimarronar desde el cuerpo no solo en la percepción que tenía de pequeña de mi pelo, sino que además de lo que pensaba de otras mujeres negras que se procesaban el pelo. Así, llegué a un escrito de bell hooks, una escritora afro estadounidense que desde su escritura me ha acompañado en la formación del amor propio y para lxs demás.
En ese texto hooks desde su experiencia memora y por sobre todo siento, honra los encuentros de las mujeres negras que se alisaban el pelo, los cataloga como espacios libres de personas blancas y de hombres negros, por ende, muy seguros. Eran espacios para ella, en los que se hablaba del chisme, entre medio lxs carajitxs gritando de un lado a otro, el olor al pescado frito y por supuesto, una fila de muchachas esperando su momento de aliser. Leyendo esto, recordé la primera vez que me alisé el pelo, debí tener tal vez 12 o 13 años. Eran mujeres negras mayoras, sabiondas, bulliciosas como ellas solas, con su risa escandalosa. Era mi primer encuentro con mujeres como yo, fue como una junta en que nos reíamos de cosas que les pasaban a ellas, pero también de las historias del vecino y la vecina, y además de lo lindas que nos veíamos al terminar. Algunas no iban a alisarse, pero sí iban a ponerse unas extensiones lisas que les llegaban hasta las nalgas. Muy pocas veces había muchachas jóvenes como yo, la más joven de todas ellas tenía, creo, como 16 o 17 años, fue la primera mujer negra que escuché decir que quería estudiar. Su plan era el siguiente, irse a Venezuela, mirar si allí podía estudiar y si no, ir a Argentina; volvería para ayudar a su mamita, comprar un carro, casa y por supuesto, unas extensiones naturales, lisas y caras.
En esos encuentros duré 7 años, comiendo pescado, sancocho, plátano frito, riéndonos siempre de la misma vecina que tenía historia con el vecino, escuché decir a mi mamá cosas que no decía enfrente de mi papá, o incluso, cosas que le pasaban con mi papá. Creo de hecho, que eran las únicas salidas con mamá a solas, íbamos a alisarnos químicamente, volvíamos a casa, 8 días después íbamos juntas a un salón de belleza a retocar el aliser. A veces cuando no había dinero, ella misma me lo alisaba. Y, ¡ay, mamá dónde lloviera!, era mi sufrimiento eterno, a veces en el colegio me quedaba incluso 1 hora más hasta que parara de llover para ir a mi casa, pero mi cabello debía permanecer intacto liso y hermoso.
Siento que todo era muy contradictorio, por un lado, en las juntas con mujeres negras mayoras nos decíamos entre todas lo lindas que nos veíamos al alisar nuestro pelo, y después en otros lugares como el colegio, no era tan linda como ellas me decían, en realidad derechamente no era linda. Por muchos años fui “la más fea del salón”. Era una gran contradicción, ¿cómo es que no soy linda si las mayoras me lo dijeron? … Y así crecí, en un ambiente negro donde para ser linda, no necesariamente para gustar a los hombres, solo para ser linda, debía alisar mi pelo, y, por otro lado, en los ambientes blancos, era fea me alisara o no el pelo.
Durante el danzarronaje y los ejercicios de memoria, surgió otra lectura que me desgarró el corazón, pero que estoy segura muchas de nosotras nos reconoceremos en ella. Es de un libro llamado Ojos Azules (1970), de Toni Morrison, otra escritora afro americana. Deseo compartirles tal cual la parte en donde me dolió el corazón, tocando la fibra de una memoria borrada en mí:
A Pecola se le había ocurrido hacía algún tiempo que si sus ojos, aquellos ojos que retenían las imágenes y sabían ver, si aquellos ojos fueran diferentes, es decir bellos, toda ella podría ser diferente. Sus dientes estaban bien, y su nariz por lo menos no era tan grande y aplastada como las de algunas a quienes pese a ello se consideraba atractivas. Si tenía un aspecto diferente, bonito, quizá Cholly1 sería diferente, y la señora Breedlove2 también. Quizá los dos dirían: “oye, fíjate en Pecola, que lindos ojos tiene. Delante de unos ojos tan lindos no podemos hacer cosas malas” …
Cada noche, sin falta, ella rezaba para tener los ojos azules. Había rezado con fervor un año entero. Aunque un poco descorazonada, no había perdido la esperanza del todo. Lograr que ocurriese algo tan maravillo como aquello requeriría mucho tiempo, muchísimo.
Pecola me recuerda a esa Julieth pequeña, que, si bien no rezaba todas las noches para tener los ojos azules, con el rito del aliser era casi como una pedida a dios para encajar y que, en el colegio, por fin fuera la niña bonita y no se rieran de mi pelo y mi piel. Jamás pensé en parecerme a las niñas blancas con pelo liso, solo sabía que debía cambiar para verme bonita. Además, siempre pensé que era una cosa mía, es decir, que solo yo sentía-vivía eso, y seguramente las mayoras o las hijas de las mayoras cuando salían de nuestros encuentros, les decían siempre y todxs lo lindas que estaban, mientras a mí, todo el mundo me veía fea. Me hace mucho sentido insistir en el danzarronaje, fugarme de las formas en que mi belleza se ha visto discriminada, golpeada, no por otrxs, sino por mí misma. Por eso, uno de los elementos que me di cuenta eran importantes en esta creación, era la memoria. Seguramente si no me hubiese sentado a pensar, recordar y sentir sobre mi pelo y el alisamiento, no desde la rabia o el rechazo, sino más bien, desde el amor, jamás me hubiera dado cuenta que esos encuentros, fueron los primeros encuentros con mujeres negras mayoras, y unas de las primeras conexiones con mi mamá respecto del deber de ser “mujer”-negra. Independientemente la forma en que se veía de manera social mi cuerpo, esos encuentros fueron los primeros re-encuentros e intimidades mujeriles para hoy poder situarme en la resignificación de mi cuerpo, de mi pelo y mi belleza. De igual manera, me hubiese encantado que me dijeran que para ellas yo era bonita, pero que, seguramente cuando saliera, la gente iba de igual manera a insultar mi cabello y mi aspecto físico. Nunca me lo dijeron, pero tampoco lo pregunté, porque al final internalicé que yo era fea, y que realmente era la única fea en nuestro grupo de mayoras y mi infiltración en ellas.
Es doloroso saber que desde pequeñas nos visionamos a nosotras mismas tan tristemente, y además creemos que estamos solas en ello. Por eso siempre me gusta memorar, verbalizar y recordar mis primeros encuentros con mujeres negras de mi edad aquí en Chile. Allí supe que yo no era –la única fea-, en realidad no era fea, y bueno, ¿qué es la fealdad? Nuestros encuentros se basaron en comentar lo mal que nos sentíamos de pequeñas, y como llevar hoy nuestro pelo afro, chuto, y bien chuto es una manifestación de amor propio y de autoenunciación. Seguramente ya no estaban allí las aventuras del vecino y la vecina, pero estos dos re-encuentros, las mayoras y las mujeres negras de mi edad, me demuestran que, de cualquier manera, la complicidad entre las mujeres negras es histórica, ancestral y cargada de amor. Me recuerdan especialmente que hay un elemento que nos une y nos recuerda una y otra vez quienes somos. No importa el territorio, la época, la edad, nos encontramos en el mismo viaje.
Cuando sentipienso en el danzarronaje y me lleva a tremenda memoria, siento la necesidad de honrar el re-encuentro con las mayoras, porque muchas mujeres negras cuando empezamos a “empoderarnos”, a saber quiénes somos, lo contamos con mucho dolor, y sí, claro, es doloroso, pero, también es necesario ver todo lo que aprendimos junto a esas otras mujeres. Con esto también digo que es importante mirar hoy a las mujeres negras que se alisan el pelo, no por un peinado casual, sino porque realmente así se sienten hermosas, reconociendo que todas hemos estado en procesos constantes y cambiantes, y posiblemente sea también una forma más fácil de lidiar con el Chile racista de hoy. Aún sigo sentipensando cómo cimarronamos con el cuerpo, cómo nos fugamos de esos pensamientos que en algún momento nos llenaron de heridas profundas. Creo que hoy verlas, abrazarlas y sostenerlas ha sido lo más hermoso. Este escrito es parte del ejercicio de memoria de creación, aquí junto a ustedes, amigas, hermanas negras, me he re-construído, re-memorado y re-amado. La escritura así sin tanta vaina, sin tanto tapujo me recuerda a las miles de mujeres negras que escribieron las demandas de su libertad, que no pudieron por distintos motivos fugarse, pero que utilizaron la escritura para dejar constancia que sí lucharon y pelearon. Yo me pregunto, ¿Y nuestras memorias? ¿Dónde están las memorias sin tapujo, sin tanto pereque de las mujeres negras migrantes en este territorio? ¿Cómo nos encontramos en nuestras memorias estéticas? Debemos empezar a escribir, oralizar y danzar desde la panza, desde esa mariposa que está ahí. Sabemos bien como son nuestros procesos, dolores, alegrías y amores ¡Escribamos hermanas, sin miedo, nuestras memorias son reales y están aquí!
1.- Su padre.
2.- Su madre.
Julieth Micolta
Afrobogotana, hija de madre y padre afrocampesinxs, tía, amiga, hija. Migrante.
Estudiante de sociología, creadora del proyecto educativo antirracista Bemba Colorá, y escritora del cuento La Negra Casilda.
