Vamos caminando por Barrio Italia, en una vitrina vemos un wanko[1]a 88.000 pesos chilenos. En una nueva vitrina vemos en otra tienda un textil peruano junto a mates, indios pícaros y joyería mapuche, todo revuelto, folclórico y desarraigado, situaciones que dejan plasmado el estilo “serían 100 mil bella”, empleando una frase que se ha transformado en un código para hablar de cobros de altas sumas de dinero por productos que en general se pueden comprar por mucho menos. La complejidad del caso es en particular con relación a productos con temática de Primeras Naciones, ese salto comercial a una mirada de “lo tradicional” solo desde el ámbito mercantil, dando cuenta de la difusa línea entre el interés por una cultura otra y la apropiación cultural.
Estas situaciones repetitivas en el consumo me han conducido a analizar el incipiente incremento de emprendimientos que se apropian culturalmente de repertorios, como el mapuche, empleando palabras en mapuzungun, en los que se recurre a cierta estética vinculada con la cultura mapuche, en los que se emplean estos elementos como un distintivo comercial, “mapuchizando” su propuesta comercial.
Para situar la emergencia de este tipo de emprendimientos es necesario volver al 2019, recordar el estallido social como un espacio simbólico y material que desestabilizó el modelo neoliberal a la chilena, convocando una serie de críticas hacia al sistema y también hacia los emblemas e iconos nacionales. Es en este escenario en que pudimos apreciar un fuerte reemplazo de la bandera chilena por la Wenufoye[2] que aparecía con recurrencia en los ciclos de protestas.
La Wenufoye fue empleada multitudinariamente por personas mapuche y no mapuche, fenómeno que se mantiene hasta la actualidad, al que se suman otros ejemplos similares como utilización de joyas, indumentarias y discursos de reivindicación de demandas históricas mapuche por personas que no necesariamente tienen una estrecha relación con nuestro pueblo, lo que refleja la compleja distinción entre interés genuino por una cultura otra y apropiación cultural.
Al analizar el periodo de 2019 como un momento clave que impulsó un puente de diálogo entre el pueblo mapuche y la sociedad chilena, tanto en términos discursivos como iconográficos, me detengo en la violencia estatal como punto de encuentro. Fue esta violencia desatada por las fuerzas armadas y de orden público la que configuró un escenario que acercó a les manifestantes a lo que han vivido las comunidades mapuche históricamente, generando con ello un marco de sensibilización, como plantea el historiador Caniuqueo (2019):
Como señalan algunas reflexiones, memes y carteles, Chile ahora comprende de mejor manera la brutalidad con la que puede actuar el Estado. Recientemente, se han revivido los allanamientos, la vulneración de derechos a vista de todo el mundo, montajes policiales, presión a funcionarios públicos para que no cumplan su labor; ha caído el velo y mostrado la verdadera cara del poder (s. p).
Pese a los posibles aspectos positivos de este escenario, existieron fenómenos aledaños que si bien han existido hace décadas, se agudizaron, haciéndose cada vez más patentes, como la emergencia de emprendimientos con nombres en mapuzungun, o palabras inventadas que de alguna manera pretenden conectar con la identidad mapuche. En este sentido, es urgente tensionar lo que está ocurriendo con este tipo de emprendimientos, dada la utilización de conceptos o reventa de productos, despojando a sus creadores de autoría y de un pago justo, apuntando precisamente a un problema mayor, el escaso respeto intercultural al realizar este ejercicio. Actualmente en este territorio llamado Chile, hay dificultades en términos de sanciones relacionadas al uso y abuso de conceptos e iconografías de Primeras Naciones, dada la inexistencia de normativa que regularice la apropiación cultural en Chile, a diferencia de otros territorios como Canadá o Nueva Zelanda, dejando abierta la posibilidad de instrumentalizar culturas como la mapuche, para beneficios personales y empresariales, sin ningún tipo de sanción[3].
Apreciaciones

En 2019 fue la primera vez que vi un emprendimiento mapuchizado en Instagram, quizás ya existían otros ejemplos similares, pero los lentes de marca que empleaban un nombre similar al mapuzungun, cuyo logo emulaba un kultrun, suscitó mi curiosidad. Los lentes costaban 70.000 pesos chilenos, se supone que eran reciclados, pero me pregunté ¿qué tienen de mapuche estos lentes? Seguí viendo los reels y las publicaciones, aparecían personas rubias, algunos famosos y de fondo el sur, no había nada de contenido que pudiera referir a lo mapuche. Así, fui buscando más de este tipo de emprendimientos y fue fácil llegar a los 14 casos, en todos ellos existían rasgos comunes, como emplear palabras, ciertas iconografías que en la superficie conectaran con lo mapuche o su idea neoliberal de “ancestralidad”.
En ocasiones las palabras empleadas no tienen ninguna relación entre el significado (al traducirlos del mapuzungun al castellano) y el emprendimiento en cuestión, y/o sus traducciones son sacadas de internet y no son congruentes con la cosmovisión mapuche, pudiendo estar mal escritas, sin establecer relación con los grafemarios[4] que existen o incluso pudiendo llegar a ser ofensivas. Un ejemplo, es el emprendimiento “Kiwen, alimento de origen” el cual emplea una palabra inventada que combina la palabra Kimün, que remite a la sabiduría y Newen que refiere a la fuerza. En el logo se establece una interpretación de la Meli Witran Mapu, que corresponde a la visión geopolítica de los cuatro territorios que abarca el Pueblo Mapuche, su descripción también instrumentaliza lo mapuche para dar una identidad comercial como complementan en su bio: “Existimos para nutrir a las personas a través de alimentos sagrados de origen y su memoria ancestral”; destacando la idea de un alimento de origen, su pureza y ancestralidad, es decir, apelando a un consumidor “consiente”. Lo anterior, evidencia las limitaciones de usar este tipo de conceptos, quedando supeditados a una dimensión comercial, sin una relectura o diálogo intercultural.
Otro aspecto que salta a la vista es que frecuentemente son emprendimientos desarrollados por sectores acomodados de la sociedad chilena, quienes han visto una potencial fuente de plusvalía mediante la definición de sus rubros entorno a lo mapuche, en conexión con procesos de identificación pos estallido social que intensificaron el interés y sensibilidad por lo mapuche como un posible nuevo lugar de enunciación identitaria ficticia. Más allá de los emprendimientos mapuchizados, encuentro ilustrativo el caso pijamas «Selk´nam” que ocurrió el año 2020, en el cual Carnavalonline propuso la elaboración de pijamas como alternativa reutilizable al “disfraz” de culturas “indígenas” o “folclóricas” en fiestas patrias. A pocos días del lanzamiento, diferentes usuaries de redes sociales hicieron notar su descontento, incidiendo con ello en la esfera comercial, pues a consecuencia de la interacción por redes sociales y la “funa” masiva, se retiró el producto del mercado y la empresa tuvo que ofrecer sólo una declaración pública.
De esta manera, la juguera multicultural da como resultados este tipo de iniciativas, que suponen una “valoración”, pero se desarrollan con un alto grado de desconocimiento y falta de respeto.
Al sistematizar los emprendimientos que analicé, hay emprendimientos de decoración, empleando el nombre de “Pewü” que se define como “Marca de diseño chilena para el hogar, trabajo artesanal” donde podemos encontrar un wanko en la vitrina del Barrio Italia a altas sumas de dinero. Otros emprendimientos que destacan son los relacionados a alimentos como “Lonko, frutos secos”; “Piwen, frutos secos”; y “Kiwen, alimento de origen” que como vimos emplea una palabra inventada. También, encontramos el rubro de la moda y estilo de vida con marcas como “Manke” ropa outdoor; “Pichintun” juguetes e indumentaria para niñes; “Chaway” un emprendimiento de joyas que enuncia tener “esencia étnica”; y “Karün” la empresa que vende anteojos de sol, donde su propuesta abarca mucho más que la utilización de un nombre en mapuzungun, cuya traducción sería verdoso, pues su logo asemeja a un kultrün.
La lista es más larga, pero hay un punto que cruza todas las propuestas, la emergencia del #ancestral #etnico como un elemento distintivo que se entrecruza con conceptos en inglés que dan cuenta de un estilo de vida sano al consumir ciertos alimentos #plantbased #superfood #glutenfree, y realizar actividades como #yoga #meditation.

De acuerdo con estos ejemplos, se deja entrever un winka homo prosumer o prosumidor, como plantea Aparici y García Marín, citando a Scolari (2013): el rol de “los prosumidores, usuarios o fans no se limita a consumir tales productos culturales sin más, sino que se embarcan en la tarea de extender su mundo narrativo con nuevas piezas textuales” (p. 74). Bajo esta perspectiva el consumidor también es productor.
Por ello, el problema latente es recubrir la imagen de una “identidad” que incorpora temáticas como: vida saludable, estar en el exterior, contacto con la naturaleza y otras características que de alguna manera configuran un imaginario de lo mapuche, sin acceder necesariamente desde lo mapuche.
Una serie de contradicciones se presentan en los emprendimientos[5] reflejando las falencias de las propuestas, que retoman conceptos sin conocerlos, y finalmente los hacen suyos, dando cuenta de una antropofagia del mundo winka que pretende devorar al mundo mapuche, tras las eventuales “inspiraciones”, “homenajes”, “puestas en valor” y otro tipo de denominaciones que enmascaran la apropiación cultural.
En consecuencia, me pregunto si continuará la reventa de conocimientos, productos y creaciones de manera impune, y cuán cercada está la posibilidad de dignidad como pueblo en el sistema neoliberal. “Son 100 mil bella”, es la relación más directa entre el sujeto que lo devora todo y no retorna, que no pide permiso y ni propone comercio justo. Los escaparates comerciales de emprendimientos mapuchizados, andinizados u amazonizados, entre otros tantos ejemplos, son el neo museo, desprovisto de una lectura propia, objetos sin historia que esperan ser comprados como piezas decorativas o alimentos que digan cuan progre es el winka prosumidor, revestido del #ancestral.


[1] En este punto es relevante remitir que el hecho de acotarme a los emprendimientos no deja de lado que el fenómeno se expanda. Así, hay grandes marcas que han puesto sus intereses en este tipo de productos, como Falabella. También, se puede sumar el caso descrito por Felipe Curivil y Herson Huinca, sobre “la tienda cultural ‘Lágrimas de Luna’, cuya directora es Jacqueline Domeyko (hermana de Matías Domeyko, actual vicepresidente ejecutivo de empresas forestal Arauco – del grupo económico extractivista Angelini-) quien es proveedora de la multitienda” (20 de abril de 2020). Es decir, es en estos intereses de comercialización de la cultura mapuche donde se puede traslucir de manera evidente la estructura de la expoliación/saqueo de los recursos, ya no sólo materiales, sino también iconográficos.
[2] Actualmente existen diversos tipos de grafemarios, tal como plantea una experta en la materia podemos encontrar “los grafemarios de Raguileo, Alfabeto Unificado, Azümchefe, Académicos Universidad Católica de Temuco y (…) los grafemarios del cacicado huilliche y el de Salvador Rumian. El conjunto total conforma una muestra que atiende a la distribución geográfica y a la diversidad de origen de los grafemarios (p. ej., académico vs. comunitario)” (Álvarez-Santullano Busch et al., 2015, p. 116).
[3] Actualmente la única regularización es la Ley 17.336, de propiedad intelectual, que en el Art. 1, define que “El derecho de autor comprende los derechos patrimonial y moral, que protegen el aprovechamiento, la paternidad y la integridad de la obra” (Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 2017). Esta normativa no contempla una especificación referente al uso de iconografías, palabras y otros elementos de Primeras Naciones. Cabe destacar la iniciativa desarrollada por la Subdirección de Pueblos Originarios, del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio que estableció una Guía de Derechos Culturales de Pueblos Indígenas y Tribal Afrodescendiente, el año 2020. Disponible en: https://www.cultura.gob.cl/publicaciones/guia-de-derechos-culturales-de-pueblos-indigenas-y-tribal-afrodescendiente/
[4] Wanko es un pequeño piso de madera que se emplea en el ámbito doméstico mapuche.
[5] Al traducir Wenufoye del mapuzungun se da cuenta de una palabra compuesta, Wenu que es cielo y Foye que es canelo, árbol sagrado del Pueblo Mapuche. Es importante recalcar el proceso de creación que tuvo la bandera, la cual se elaboró en los años 90, tras acuerdos entre comunidades. El carácter de ícono representacional dialoga con las demandas históricas de reivindicación de Pueblo Nación y la unión de los diferentes territorios que conforman Wallmapu.
Victoria Maliqueo Orellana (1993)
Socióloga. Actualmente cursa la Maestría de Antropología Visual en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Participa en el Colectivo Mapuche Rangiñtulewfü y en el equipo editorial de Yene. Investiga en arte mapuche contemporáneo y apropiación cultural.
