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Un punto negro en el mapa de la Patagonia. Racismo y colonialidad en las puertas del Atlántico.

Por Cecilia Palma

 Plano del “Proyecto Wauters”, 1908[1]

Les escribo desde las orillas del río Negro, en el norte de la Patagonia, sobre los últimos kilómetros que recorre antes de desembocar en el mar. En la escuela me enseñaron que Currú Leuvú era su verdadero nombre, sin decir mucho más sobre esas palabras. La historia que enseñaban, hablaba de este como un lugar particular, porque la relación entre colonizadores y pobladores originarios se habría dado sin demasiados conflictos, lo que hacía de este un espacio de “encuentro”. Fundados por españoles en 1779, los deseos coloniales sobre el sur del territorio americano, se impulsaron y negociaron desde estos asentamientos: Mercedes[2] y Carmen de Patagones, llamadas las ciudades gemelas, cada una sobre una margen del río. A través del agua estos colonos llegaron, y sólo pudieron permanecer utilizando sus cursos como principales rutas de circulación, ya que el enorme “monte adentro” como lo llamaban, les resultaba inaccesible. En esos barcos llegaron junto a los colonos, las personas esclavizadas que nombran “negros”. 

A mí me dicen “la Negra Palma”. Mi papá era “el Negro”, y asíSu mamá nació en 1921, yo casi no la conocí, la vi pocas veces. Muy cerca de dónde ella creciera, dibujado apenas 13 años antes, aparece el punto que ubica la Colonia de Negros en el plano, sobre la cuchilla de la margen norte del río ¿Su familia vendría de allí? ¿Cómo se relaciona esa Colonia con aquellos esclavos llegados más de cien años antes? Un punto dibujado sobre el borde de un campo propiedad de un militar, muestra cómo un grupo de gente buscó y habitó permanecer en ese lugar, no en los pueblos existentes. Miro la planimetría de un proyecto de regadío y las preguntas que se me abren hacen montones:

¿Qué es ser una Colonia? ¿Cómo la llamarían quienes vivían allí? ¿Qué historias se mueven en el camino que los lleva a ese asentamiento, a esa fijación? No creo que en la frontera patagónica haya sido como la llegada al Macondo de García Márquez… ¿se dice fundar también cuando se trasladan y asientan personas “de color”? ¿De cuántas familias estaremos hablando? Y sí, ¿cómo dejó de estar allí? Porque hoy no está. Al tratar de abordarlas primero pienso en cómo naturalizamos los desalojos, las desapariciones, los cambios en el habitar de la gente. 

Cuando comienzo a buscar, encuentro silencios o pocas palabras. Para la Colonia y para sus habitantes. Como muchas historias de la Patagonia de principios del siglo XX, la de mi familia es una de las tantas desarmadas, repartidas, y con profundos silencios en sus relatos. Pero también está marcada con un color. Cuando era chica, buscaba algo que ocupara (que supliera) la palabra que faltaba en la memoria familiar, y así armaba narrativas casi de fantasía. Pienso en las historias detrás de esta Colonia silenciada, y no sé qué tan distinto pueda ser este ejercicio de escritura. 

Trataré de ordenar preguntas y abordajes, o intentos de respuesta. Voy a intentar dimensionar el ingreso de gente llamada negra a la zona, desde la llegada de los blancos (1779) hasta la fecha del plano (1908). Y a partir de ahí, veremos para dónde me lleva.

De la inmensidad del continente africano se capturaron millones de personas que fueron vendidas y repartidas por todo el mundo. Forzados a realizar múltiples tareas, sus vidas se jerarquizaron a partir de construcciones de género y edad, criterios que organizarían la distribución y el tipo de servicio que desempeñarían (tareas rurales, urbanas, militares, etc.). Engranajes de una máquina productora de una economía global impulsada desde la “civilización occidental”. Contemporáneos e historiadores los nombraron como vidas casi vacías de identidad, llamadas con un color: el negro. Milenarias culturas y antiguas historias serán, producto de esta comercialización, nombradas así y sus identidades, homogeneizadas con la palabra “afro”.  

Para cuando llegan a Patagones, la trata de personas capturadas en las colonias africanas era una máquina perfectamente aceitada. Y la abolición de ese mercado internacional, será parte de la agenda criolla durante las revoluciones sudamericanas del siglo XIX. En la Argentina en construcción, entre batallas y ensayos de gobierno, se generan durante más de medio siglo diversas legislaciones y prácticas sociales destinadas a la liberación de estas personas, y la abolición de la esclavitud racializada. En todos los pueblos fundados desde Carmen de Patagones hubo barrios o campos negros (o de negros), entendidos como de vivencia únicamente de africanos y sus familias, en Viedma, San Javier, Guarida Mitre y Conesa[3]. Entre estos dos últimos, está ubicada la Colonia del plano. Todos los barrios, en todos los pueblos, desaparecieron durante el siglo XX sin dejar huella aparente. 

El número de esclavos ingresados por el puerto de Patagones no existe, o al menos no quedó sistematizado en los archivos que aquí se guardaron. De todas formas, sabemos que cualquier registro siempre es incompleto. Los primeros aparecen con las familias españolas que fundan, y son visibles como carga, desde el primer gobierno de Rosas (1829-1833), cuando se abren los puertos a los negreros para engrosar la defensa de la “frontera con el indio”; y otra vez a mediados de siglo, ligado también al crecimiento de las burocracias estatales. Para esos años, Carmen de Patagones es una población ya asentada, que va a comenzar a impulsar su expansión. Al prohibirse el tráfico transatlántico de esclavos, los barcos corsarios atraviesan los mares “rescatando” gente de comerciantes negreros, y los ingresan en puertos americanos habilitados. El acto del bautismo sella definitivamente el trámite de apropiación de esas personas, fijándoles un nombre cristiano. En estos registros parroquiales, a los niños apropiados del “mundo indígena”, los escriben como “rescatados” de sus padres infieles. Patagones es sede de estos trámites porque tiene Parroquia y Fuerte, y en ambas instituciones se “pone nombre”. Patagones es también uno de esos puertos que recibe corsarios. 

Imaginemos números. Uno solo de esos barcos, el Gral. Lavalleja, durante un año (1826), vende al Fuerte 476 esclavos. Cien de ellos serán bautizados con el apellido Lapatria con destino a este Fuerte y al de Bahía Blanca. Ese año, un censo local registra el ingreso de 398 libertos nuevos. En esta categoría, se encierran complejidades en las que africanas, africanos y sus familias dejan de ser concebidos como esclavos, pero deben pagar por sus libertades. Estos múltiples procesos de manumisión y abolición de la esclavitud se diversifican en cada región incluida en el circuito de la trata. En 1827, ingresan 570 libertos; y en 1828, de 1395 más, y las historias de su ubicación[4]. Más de mil. Ya hablamos de miles antes de la mitad del siglo. Por otra parte, Patagones en distintos momentos y por tiempos indeterminados, es único puerto de libre acceso desde el océano, ya sea por la inestabilidad de otros puertos del sur, o por los sitios a Buenos Aires, entre otras razones. El número de gente comprada, vendida y trasladada aquí, se me dispara. La colonialidad sobre el Curru Leuvu se expresa, por un lado, como defensa ante los llamados indios, y como administración de servidumbres para la permanencia de los pueblos fundados, por otro. Lo que nos lleva la mirada al uso del color, de una herencia fenotípica, para la construcción de hegemonía.  

La frase “tu papá era el único negro de Viedma” me resuena en la cabeza. El nació más de 120 años después de estos masivos ingresos y distribuciones de gente. Con esa frase, tras las huellas de barrios y colonias desaparecidas, intento acercarme a 100 años de negritud en la frontera patagónica. Las esclavitudes y los años del proceso de abolición me van mostrando distintas formas de expresar la propiedad y explotación de las personas y sus familias, la apropiación de sus bienes, las implicancias de ser vistas como unidades productoras y reproductoras de fuerza de trabajo. Invisibilizando brutalmente esas vidas, tan ligadas a un lugar de servidumbre siempre presente en las sociedades coloniales y criollas, actualizando el vaciamiento de esas identidades, intentando la descomunalización de esos lazos, despolitizándolos.

Dejar la condición de esclavo no depende solo de leyes. Pagar con años de servidumbre (hasta cumplir 21 de edad, por ejemplo, o cubrir los hijos el compromiso de pagar los años que “le faltan” a sus mayores), tampoco se traduce necesariamente en acceso a derechos. Y salir del lugar de servidumbre es otra cosa totalmente diferente. Criar a tu familia no es humano para quienes son construidos como identidades desechables. Trabajadores invisibles de campos y casas, sirvientes, mayordomos, lavanderas, puesteros y carreros. Las personas africanas arrancadas, van a construir sus vidas y sus familias entre normas que les asignan el lugar de servidumbre y libertades que deben ser compradas. Acceder a la tierra, que no te la quiten y poder heredarla, aparece como variable de la libertad negra.

Con la categoría legal de liberto, en Patagones y la zona a partir de la década de 1830, la negritud se hace más visible. Por un lado, porque el patronato que aún los ligaba a los patrones, es un trámite, un papel archivable que deja registros; y por otro, porque los libertos gestionan sus propios trámites, los parroquiales fundamentalmente. Cambindos, sundis, barundas, fandales, masingos, bangueles, bateques, loangos… los curas sólo pueden llamar naciones a esas identidades complejas que quieren registrar. Mina, Angola, Reyno de Congo, Mongola, Chiba, lo que entienden y anotan como lugares de origen. Varios apellidos, varias personas aparecen censados juntos a lo largo del tiempo; registrados más o menos en las mismas áreas durante años. Para fines de siglo aparecen sus trámites cada vez más río arriba. Tempranamente en San Javier, después en Guardia Mitre, Gral. Conesa y Boca de la Travesía, sobre el río. Donde creo se criaron mi abuela y mi tía.

Reconstrucción artística de los movimientos africanos y negros, a partir del trabajo de Adriana Araque.

Los africanos y sus familias como afirma Adriana Araque, encuentran “muy tempranamente espacio de vida entre los indios”[5], lejanos a las cotidianeidades de Patagones y lo que implica ser un negro allí. La margen sur del río durante 100 años de negociaciones será “territorio indio”. Mediante Tratados de Paz, pactos y acuerdos, la política de frontera se formaliza, e involucra cada vez a más referentes del territorio patagónico. Lonkos y Caciques siempre mencionan algún o alguna negro/a, moreno/a, africano/a, ya como lenguaraz, o como parte de sus lealtades, de sus familias. Esta autora reconstruye la presencia africana a partir de procesos lingüísticos, situaciones donde el compartir, el encuentro y la crianza, son fundamentales para la reproducción y transformación de sentidos culturales y sociales. Desarmar una familia, desarticular amistades, intenta romper justamente esa trama. A pesar de las trayectorias comunitarias desarticuladas, en la memoria del lenguaje, de las ceremonias o la música, la desaparición de estas identidades me muestra sus fallas.

Desde la mitad del siglo XIX, mientras se firma la Constitución en algún lugar de la Argentina, los papeles de Patagones dejan marcada la búsqueda de un grupo de africanos, pardos y morenos, por una porción de tierra para todos ellos, para vivir juntos[6]. Los africanos arrancados, esas identidades que claramente no iban a desaparecer ni detenerse, ni se unifican, ni se destiñen como han contado las narrativas oficiales del encuentro y mestizaje pacífico. Resisten en lazos creados y construidos durante sus vidas, en las búsquedas de un lugar propio, donde criar, cuidar y morir. La defensa y el acceso a la tierra, atraviesa y desplaza estas comunidades. Un censo de 1852 cuenta 63 negros propietarios rurales en ubicados campos entre Patagones y San Javier, aclarando el origen africano y argentino de estos varones. Durante esa década las autoridades le otorgan a colonos galeses y suizos, tierras cercanas a Guardia Mitre, que habían sido reclamadas por un grupo de negros para establecer la Colonia.

Los espacios que no habitan los blancos, para los negros representan libertades. Y ser negro aquí y como serlo, territorializa usando esa misma palabra. Con las conversaciones y situaciones detrás de una gestión de tierras, se hace visible la pulsión de crear un lugar diferente, que aleje o modifique el lugar de servidumbre asignado en el que sos solo un cuerpo trabajador, destinado al uso y abuso de otros. Es difícil pensar las relaciones que pueden nacer y crecer en este contexto. Me lleva a mirar esos afectos, las maneras de vivir la tierra, los espacios compartidos (la costa de las lavanderas, el campo de los peones, los barrios, los carnavales…una Colonia); y la visión de la consanguineidad como central jerarquía para concebir el parentesco de estas familias que están descriptas; que con sus matices, puede operar en los mismos términos biologicistas que categorizan las razas. Para estas familias la herencia no es fenotípica, la raza que los nombra tampoco. El lugar social que se constituyen en torno a matices de colores,
reproduce con lógicas de parentescos sanguíneos, las clasificaciones que venimos analizando.

Imagen diseñada colectivamente por el Tepuen Candombe, para el 7º Encuentro de Candombe Patagónico, Viedma, Patagones-2018.

Ser negro en la frontera, así como ser indio para la máquina de la colonización, se posiciona desde comunidades múltiples. Esa máquina que opera condenatoriamente sobre los cuerpos, clasificando las diferencias con colores, va asignando funciones y destinos que se heredan, como otra forma para perdurar en el tiempo. Los racismos y las formas de definir o establecer los criterios que racializan a las personas, se actualizan a través de los años, y encierran múltiples relaciones sociales, tensiones, lealtades. Entramados de poder que no son fáciles de abordar. Estas fundaciones coloniales que produjeron el lugar donde vivo, tampoco. Son asentamientos entendidos como frontera, en alusión a un territorio que no controla quien se autodenomina blanco. Inmensidad que es el espacio, sí; pero también es toda esa gente a la que no puede acceder; esas relaciones sociales que le resultan inentendibles, ajenas. Los funcionarios, curas, soldados y exploradores producen y registran todo lo que les sucede en su relación con ese otro que van construyendo. Los papeles, los archivos de la colonialidad, organizan y clasifican personas y lugares con las palabras “blanco, negro e indio”, con todos los intermedios de mestizaje, mulatería y chinitez que tiene la mirada biologicista de la pureza. Esto opera como una suerte de organizador de la desigualdad, como una administración de esos cuerpos. Rastrear la negritud en los papeles producidos por colonizadores blancos, nos lleva a la trampa racista que hace estáticas las identidades y despolitiza los lazos de resistencias, organización y contrapuntos. 

Mi relato se interrumpe imaginando desalojos. No tengo historias familiares que me asocien ni a barrios, ni a canciones, no hay recetas, ni amuletos atesorados. La negritud se me desaparece, se camufla y sólo me la relatan desde la historia oficial, gente que se nombra blanca y transcribe lo poco a lo que accede y observa. Ve exóticas canciones y casi únicamente situaciones de carnaval que evidencian una presencia, que describen detalladamente por rasgos fenotípicos; que rápidamente me inscriben como negra. Un antiguo poblador de Guardia Mitre recuerda el desalojo de la Colonia y se lo transmite a una historiadora local, Emma Nozzi. Sucedió “allá por los veinte”, por los sucesores de aquel general. Desde la década de 1960 ella acopia testimonios y publica desde el Museo de Patagones éste y otros datos sobre los barrios negros, que al parecer ya no existen. En esos años comienza la corta historia familiar que puedo contar. La de mi mamá, mi papá y sus hijos.


Bibliografía

Araque, Adriana (2001): Pervivencia de elementos léxicos de origen africano en registros coloquiales de español en la comarca Viedma-Carmen de Patagones. Anuario de Lingüística Hispánica,Vol. 17-18, págs. 179-191. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1078428 

           (2005). Contacto afrohispánico en la Comarca Viedma Carmen de Patagones; Relaciones sociales y fórmulas de tratamiento. Hipperdinger, Yolanda (comp.) Contacto de lenguas en el sur argentino Bahía Blanca Edihums Universidad Nacional del Sur.

           (2014) Entrevista en“Integración Patagónica. Especial Aniversario Viedma-Patagones 22 de abril” https://www.youtube.com/watch?v=ZAj9cfeSicU 

Cassano, Guido Alberto (2013): Guardianes de la frontera. La población negra del Carmen de Patagones durante la primera mitad del siglo XIX. Tesis de Licenciatura. http://repositorio.filo.uba.ar/handle/filodigital/10706 

                 (2016): Cultos bantúes en la nor-patagonia argentina. Prácticas religiosas de africanos y afrodescendientes en Carmen de Patagones (siglo XIX). Una aproximación desde la antropología histórica. Trama, año 7, nº 7, pp (91-107)

Dall’Armellina, Mariela y Palma, Cecilia (2018): Caciques y Colonos en las márgenes del río Negro (1850-1950). Edición de las autoras. https://caciquesycolonos.com/ 

Entraigas, Raúl (1986): “El fuerte del río Negro. Los orígenes de Viedma y Carmen de Patagones”. Ediciones Don Bosco, Buenos Aires, Argentina.

Iuorno, Graciela, Pica, Elida y Trincheri, Alcira (2001): La «cara oculta» de la historia del Fuerte del Carmen: la comunidad negra». http://biblioteca.clacso.edu.ar/ar/libros/aladaa/iuorno.rtf  

                           (2003): Carmen de Patagones y la población negra. Estudio de algunos casos.PILQUEN N° 5 .

Martinez de Gorla, Dora Noemi (2003): La presencia de Negros en la Nordpatagonia. 1779 -1837. Memoria y Sociedad – No. 15.

Nozzi, Emma (1960): Patagones y la Guardia General Mitre. Museo Histórico Regional Municipal “Francisco de Viedma”, Carmen de Patagones.

                (1969): Patagones y la fundación del Fortín Conesa. Museo Histórico Regional Municipal “Francisco de Viedma”, Carmen de Patagones.

Pica, Elida (2014) Entrevista en “Integración Patagónica. Especial Aniversario Viedma-Patagones 22 de abril” https://www.youtube.com/watch?v=ZAj9cfeSicU 

Pita, Francisco (1928): Remembranzas… de Río Negro Carmen de Patagones y su región desde 1835 a 1890. 

Ratto, Silvia (2008): Allá lejos y hace tiempo: El fuerte de Carmen de Patagones en la primera mitad del siglo XIX. Quinto sol, (12), 45 72.http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S185128792008000100003&lng=es&tlng=es 

Sanchez Ceschi, Eduardo (1938): Crónica histórica de Carmen de Patagones entre los años 1852- 1855. Buenos Aires, Editorial Tor.


[1] Proyecto de regadío para la margen norte del río, del Ing. Wauters.

[2] Esta será renombrada Viedma en 1878, por el Gral. Julio Roca al iniciar la política estatal de avanzadas militares llamadas “Campañas al Desierto”. Hoy es la capital de la provincia de Río Negro, y en el ordenamiento argentino, C. de Patagones quedó bajo la jurisdicción de la provincia de Buenos Aires.

[3] Todos a orillas del río, se fundaron San Javier, en 1789; Guardia Gral. Mitre, en 1861; y Gral Conesa en 1869.

[4] Iuorno, Pica, Trincheri; 2003.

[5] Entrevista a la Prof. Adriana Araque “Integración Patagónica. Especial Aniversario Viedma-Patagones 22 de abril” https://www.youtube.com/watch?v=ZAj9cfeSicU

[6] Eduardo Sanchez Ceschi: “Crónica histórica de Carmen de Patagones entre los años 1852 1855” Buenos Aires; Editorial Tor, 1938.


Cecilia Palma

Soy Cecilia Palma, nacida en Viedma, profesora de historia, cantante, tallerista y empleada provincial. Trabajé en el Museo Tello muchos años, hoy trabajo en el Archivo Histórico Provincial. Desde hace varios años con mi amiga Mariela Dall’Armellina desde nuestro trabajo en la escuela agropecuaria ESFA, rastreamos y reconstruimos las historias de nuestros pueblos, que son un mismo habitar.


Intervención de imagen de portada: Paula Baeza Pailamilla

Una respuesta a «Un punto negro en el mapa de la Patagonia. Racismo y colonialidad en las puertas del Atlántico.»

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