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Trekatrekatui ñi zungu: Migraciones forzadas de mujeres de la Línea Sur de Rio Negro

Por Lorena Cañuqueo y Soledad Elifonso

Son las cinco de la tarde de un sábado en Almagro, un barrio de clase media en la capital federal argentina cuando suena el teléfono. Atiendo y una mujer me responde diciendo: “Hola. Soy tu tía, la hermana de tu mamá”. Titubeo “¿Será la de la foto?, ¿la que se sonríe cruzando las piernas apenas cubiertas por esas minifaldas de los setenta, la de las plataformas y los bucles amplios?” Me dice que mi madre la buscó en la guía telefónica y pensó que era buen momento para que conociera a su sobrina. Así que de acuerdo las dos, quedamos en encontrarnos en la estación de trenes de Liniers al otro día. Cuando estoy por cortar, me doy cuenta que ni sé dónde queda esa estación y menos aún cómo será ahora, en el año 2004, esa mujer que conozco por una imagen de Polaroid. Le pregunto cómo la distingo y me dice: “voy a estar con una cajita envuelta en papel rojo”.

Al otro día llego a la estación de trenes de Caballito hacia mi destino. Es cerca del mediodía. Compré un paquete de facturas para el mate. “¿Y si no la encuentro?”, pienso mientras bajo del tren. Los pasajeros buscan las salidas. Yo me quedo parada. De repente, una mujer con anteojos y una cajita roja me sonríe. Se acerca y solloza: “¡sos igual a mamá!”, me dice. Y ella es igual a la mía. Lloro, lloramos. Somos dos extrañas que acomodan sus paquetes y se abrazan para cicatrizar mil trescientos kilómetros de una herida que nos dejaron en los cuerpos y el territorio.

Nuestro aporte surge desde la necesidad de comenzar a indagar y de hacer visibles procesos de migración forzada de mujeres de diferentes parajes y pueblos de la Línea Sur de la provincia argentina de Río Negro hacia las grandes ciudades dentro y fuera de sus límites. Conocimos varias historias de esas mujeres por las conversas familiares, a través del trabajo de investigación que realizamos y gracias al relato de muchas de las mujeres campesinas y urbanas que nos compartieron sus vivencias. Por eso es que traemos aquí fragmentos de conversaciones sobre esas trayectorias que hemos reconstruido, tal como la que inicia este escrito, y sobre las que pretendemos seguir indagando.

Pese a que las historias de estas mujeres es común entre los puelche, han sido opacadas por la instauración de un sentido común que explicó estas trayectorias como un destino inexorable del progreso. Aún no han logrado ingresar al discurso de las organizaciones mapuche para demandar reparación histórica al estado por estos desplazamientos y tampoco se narran como hechos épicos las historias de aquellas que se rebelaron contra este mandato. Son esas voces las que nos impulsaron a escribir para, apenas, comenzar a desandar el camino de nuestras historias colectivas.

Una “Línea sur” sobre el Puelmapu

Las historias que compartimos se espacializan en la Línea Sur rionegrina que comprende un entramado de pueblos y parajes rurales que atraviesan de este a oeste a la provincia patagónica de Río Negro. Esta Línea Sur es denominada así por el trazado de las vías del Ferrocarril del Sud inaugurado a principios de siglo XX para abastecer los mercados capitalistas. Por allí, actualmente, recorre el “Tren Patagónico” que une las localidades de Bariloche, en el oeste cordillerano, con Viedma, cercana al Atlántico. Desde el punto de vista económico, esta región basa su economía principalmente en la producción ovina y caprina. En los pueblos y ciudades la actividad económica se relaciona con el comercio, el empleo público y otros tantos que subsisten a partir de beneficios sociales no retributivos de diversa índole. Cada uno de los pueblos y parajes se encuentran separados por distancias significativas, de no menos de 40 kilómetros.

Esta organización demográfica y económica es el resultado de la instauración de un programa económico propulsado por compañías ganaderas que apuntaba a la exportación de lana al mercado internacional y que guió las avanzadas militares sobre el Puelmapu. A estas distancias entre pobladores se suman las bajas temperaturas en las temporadas invernales e inclemencias climáticas que generan dificultades y obstáculos en la circulación. La mayoría de las poblaciones en esta región son poco numerosas respecto de los grandes conglomerados del resto de la provincia. En esta Línea Sur es donde se emplazan las historias de las mujeres de las que queremos dar cuenta.

A fines del siglo XIX se produjo un momento de quiebre en Puelmapu. La contracara de la “Pacificación de la Araucanía” en el este fue ese conjunto de acciones militares denominada “Conquista del Desierto” y que los mapuche llamamos “awkan” o “winka malon”. Su especificidad radicó en la premeditación de una política estatal destinada al exterminio y desmembramiento de los núcleos sociales más básicos, las familias, para el apoderamiento de los territorios. Desde ese momento, el desplazamiento forzado fue parte de la estrategia desterritorializadora de un estado en ciernes.

Tras más de un siglo de iniciado ese proceso, los efectos del genocidio contra el Pueblo Mapuche en Argentina recién comienzan a hacerse visibles hacia dentro y fuera de la sociedad mapuche. Entre esos efectos, el desplazamiento de mujeres jóvenes, adolescentes y niñas ya adentrado el siglo XX es, quizá, el menos nombrado al día de hoy. Sin embargo, son pocas las familias que no tiene a una tía, abuela, madre, prima, hermana, sobrina, hija que no haya migrado a las grandes ciudades para el “empleo doméstico con cama adentro”, como eufemísticamente se llamó a un trabajo que implicaba habitar la vivienda del empleador, a disposición las 24hs. y que, en la mayoría de los casos, no contaba con un salario.

Los rasgos comunes de las historias que hemos legado son los viajes largos en trenes y autos que eran emprendidos a cortas edades. Muchas de ellas fueron extraídas de sus familias con promesas de mejores horizontes, principalmente, con la promesa de estudiar y aprender oficios que las sacaran de la pobreza y una maternidad precoz. Gran parte de esos desplazamientos fueron propiciados por docentes que llegaron a trabajar en las escuelas hogares que se instalaron en las zonas rurales. Otros agentes fueron los vendedores ambulantes, comúnmente denominados “mercachifles”, que eran los que tenían acceso y conocían la vida cotidiana de las familias campesinas. También estaban quienes se constituyeron en figuras representativas del estado, tales como los jueces de paz, los médicos y también los curas. Sin embargo, las promesas dadas a los padres se transformaron en la gran mayoría de las veces en empleo doméstico a destajo.

Pu zomo ñi tukulpan

Entre las voces de las mujeres sobre las que queremos contar nos encontramos con la de doña Juana, que actualmente tiene 80 años, oriunda de la zona rural de Colan Conhue. Ella cuenta que una directora de escuela la vino a buscar a su casa  para llevársela a Buenos Aires cuando ella tenía 9 años. Recuerda que antes se había corrido el rumor que una maestra buscaba niñas para el cuidado de niñxs. A Juana se la llevaron para cuidar de mellizos y fue la encargada de que aprendan a caminar y que dejaran los pañales. Si no cumplía o “hacia mal” su tarea, era castigada con golpes y la dejaban sin cena. Después se la llevaron a la provincia de Misiones con otra familia, también para el cuidado de niñxs. Después, volvería a Buenos Aires y de ahí a la Línea Sur, con muchas dificultades y por sus propios medios.

Doña Isabel recuerda que la vinieron a buscar cuando era chica. Su mamá había fallecido, su padre se encargó de ella y de sus hermanos. “Éramos muy pobre, me tuve que ir a trabajar cama adentro con una señora en Bahía Blanca”, dice. Tenía que trabajar todo el día y recuerda que “veía pasar a los otros chicos con mochilas y guardapolvos… y yo también quería ir a la escuela. Me animé a pedir permiso a mi patrona, pero se enojó”… y a partir de ahí ya no puede seguir contando. Le invade la pena y el dolor.

La tía de una amiga en Jacobacci cuenta que un matrimonio de maestros la fue a buscar a su casa. Ellos eran muchos hermanxs en la familia, así que sus padres no lo dudaron y casi sin darse cuenta, un día estaba durmiendo en la casa de desconocidos, con otro ritmo de vida, con tareas para hacer que no le eran familiares: lavar pisos, planchar y cuidar a otros niños. Recuerda con un mar de lágrimas en sus ojos que la “trataban muy mal, me castigaban con la comida, osea no me dejaban comer cuando hacía algo mal, me dejaban encerrada en la despensa con una bolsa de frutas colgada en el techo que era imposible que yo llegara”. Se queda pensando por qué sus padres la dejaron ir, por qué nunca la visitaron, por qué nunca fueron a buscarla.

A la hermana de mi vecina oriunda de una familia campesina de Aguada de Guerra no le quedó otra alternativa. Con 15 años su  madre, en un intento de salvar su vida, la sube a un tren a escondidas de su padre. Llevaba un bolsito hecho de bolsa de maíz, dos  pantalones, dos remeras y un pulóver de lana hermoso que había sido un regalo de su padrino y 5 pesos que había guardado su madre del pago de un hilado. Tuvo que irse a trabajar porque era eso o juntarse y “llenarse de hijos”. Por eso, cuando un vecino le contó que una señora en Viedma necesita una chica no dudó en convencer a su madre.

Cuando se fue del campo donde vivía con sus padres, tenía 14 años. Un vestido hecho a mano por Elvira, mi abuela. La llevaron porque el maestro de la escuela del paraje donde iban a pasar unas semanas sin lograr nunca terminar un año completo, le sugirió que era un mejor plan que las muchachas dejaran el campo. Mejor vida. Futuro. Dinero. Esperanza. Esas cosas que promete la civilización. Me contó que cuando vio por primera vez el tren llegar no sabía si tirarse al suelo o esconderse, porque lo único más parecido que había visto era un camión donde el mercachifle iba a buscar la lana y los cueros que vendía mi abuelo a cambio de un poco de mercadería y telas. Y así, sin escalas salió del campo por primera vez en su vida para descender en la estación de trenes de Constitución, en la capital federal. Reconocieron a quienes iban a ser sus patrones, un matrimonio de judíos rusos, porque la esperaban a ella y a su hermana con una caja de zapatos forrada en papel rojo.

Abriendo un horizonte para nombrar la propia historia

El proceso de migración forzada de muchas de nuestras ñaña deja a la luz y pone sobre la mesa múltiples relaciones históricas de poder sobre las cuales se rige la sociedad patriarcal, capitalista y colonial. Lejos de ser producto de decisiones autónomas y personales, los desplazamientos de estas niñas hacia las grandes ciudades son procesos enmarcados en lógicas de organización del estado sobre los territorios y las sociedades indígenas.

Las prácticas violentas, racistas y discriminatorias hacia las familias indígenas legitimadas por el dispositivo que significó la “Conquista del Desierto” recayeron, adentrado el siglo XX, sobre las cuerpas de muchas mujeres como forma de disciplinamiento a las familias mapuche. Entre las historias encontramos muchas cargadas de rabia y de dolor, pero también otras que revirtieron estos desplazamientos.

Delidora estaba harta de sacarle brillo a ese zaguán con piso de mármol y lavar finos trapos mugrosos. Así que un día decidió volver a su tierra. Agarró las mismas cosas con las que había llegado, porque como nunca le habían pagado, nada nuevo había en su bolsito. Encaró a la “rusa vieja”, como la nombraba, le pidió la liquidación de sus sueldos adeudados y le avisó que ese era su último día. No supo si por su vehemencia o porque tomó desprevenida a su patrona, logró un buen monto de plata. Afuera del “maldito zaguán”, sacó el croquis que el panadero le había hecho en una hoja de papel donde le envolvía los bollitos de grasa para “la señora”, se fue sola a Constitución y regresó a su casa.

Cuando lo contó tenía 82 años y se reía a carcajadas al recordar que su papá casi se cae de la sorpresa al verla llegar de a caballo a Anecón Chico, desde donde ella le advirtió: “que sea la última vez que mandás a un paseo tan fulero sin preguntarme”. Por su firmeza, yo la conocí desde pequeña. A mi otra tía, la encontré en Liniers muchos años después. Hoy las reivindicamos a ellas, a Juana, a Isabel y a las demás porque tenemos el propósito que nunca más se dejen de lado las historias de pu ñaña de la Línea Sur en la reconstrucción de nuestro pueblo.


Lorena Cañuqueo

Es miembro del Lof Mariano Epulef del paraje Anecón Chico, Puelwillimapu. Criada por un txokiñ de mujeres, investigadora, aprendiente, docente, activista mapuche y muy pasiva escuchando viejxs.

Soledad Elifonso

Es Trabajadora Social, feminista, artesana, huertera de alma, hija de campesinxs. Trabaja en Salud Pública desde el año 2009 en el Servicio Social del Hospital de Los Menucos.


Intervención de imagen de portada: Paula Baeza Pailamilla