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+LGBTIQ y la mapuchidad diverse

David (Vicho) Coñomán Romero

Ricardo Curaqueo, un artista mapuche que respeto bastante, preguntaba en sus redes sociales si los mapuche e indios diverses (de todos los territorios), se sentían representados o interpelados por el día hegemónico de #No+fobia, #No+homofobia y #No+transfobia del 17 de mayo.  Dentro de sus interrogantes aparecía la perspectiva punzante frente a tal conmemoración, pensando en el desplazamiento de esta crítica a sus territorios, reflexionando en sus identidades situadas y diversas. De esta forma, se abre la reflexión sobre la relación que existe entre capitalismo y colonialismo, pues el primero supondría una posibilidad de superación de las fobias, por sobre el segundo, institucionalizando estas “conmemoraciones”, pero ¿cómo serlo si  en sus cimientos, incluso legales, se siguen manteniendo prácticas discriminatorias? Terminaba, en una de sus historias, con una frase muy potente: “las fobias, supuestamente del pasado”.

Efectivamente, siento que los movimientos LGBTIQ+ poco se han cuestionado sobre las implicancias del colonialismo en sus prácticas, alejando discusiones de base, porque cómo subsistir en espacios “pseudocríticos de la norma”, sin que éstos cuestionen violaciones sistemáticas e invisibilicen, por omisión, el colonialismo permanente hacia las comunidades indígenas y afrodescendientes. Sin embargo, también pienso qué porcentaje de representatividad considero válidas, o no, en las categorizaciones existentes en determinados estándares sociales. Porque, a partir de los primeros años, para les que somos mapuche (y aquí hablo desde la vivencia cruzada con otres champurrias), debemos pertenecer a un grupo por exclusión de “un” otro. Desde ahí, se establecen los binarismos y las ecuaciones por segmentos propios del mundo occidental.

Muches hemos vivido en un entramado de categorías que nos han permitido (sin contar a les asesinades por el Estado) sobrevivir en este territorio, intentado desarrollar parte de mi/nuestra personalidad bajo cajas con moldes prediseñados. Desde ahí (o inicialmente), lo LGBTIQ+ viene a ser, por un tiempo, un espacio de similitudes en modos de expresión y sensación de lo corpóreo, pero que, en partes, se vincula a un alterego de lo Heteronormativo. Por lo que este “acrónimo” de lucha comienza a institucionalizarse, se legitima con forma de lo otro, pero bajo categorías que siguen pensándose desde la norma (ejemplos son las referencias de “lo bello” y “permitido” en el mundo gay institucionalizado). Por lo que, se vuelve una serie de diferencias desde el poder y, por lo tanto,  centro regulatorio;  desde ahí me cataloga y sitúa en repeticiones de vivencias principalmente desde lo corporal y sexual efectivo, pero: ¿Qué pasa con el arraigo ancestral? ¿Qué sucede con nuestras memorias? ¿Cuándo comenzamos a entrecruzar el territorio de lo corporal con las huellas que determinan nuestro espacio en la sociedad colonial?

Pensé en mi historia próxima, recordé cuando apareció otro término (aunque de todas formas otra categoría) que me simpatizó: las disidencias. Palabra llena de resignificados que acompañaron mi andar, pero que nuevamente alude a la resistencia de otre dominante: separarse, ruptura, división. Por esa razón, tanto como categorías excluyentes, identificables, vinculables provocan nuevas categorías de diferencias entre sí. Entonces, qué pasa si quiero fluir y no segmentarme; si quiero transitar de espacios, sin ser completamente de uno. Claro, viene la duda de la inseguridad, del no asumir, del amarillismo.

[Aquí quiero hacer una gran pausa en el escrito, por todes les dañades y maltratades, a causa de la gente amarilla, esa que no ha sabido hacer su pega en este mundo y se vende en su mercado de privilegios y riquezas. Amarillxs que no fueron capaces de defender ideales y se sumieron a lo ambiguo de la ley, en esa que se ha pensado sistemáticamente para reprimir a quienes no la comparten. La ley, si queremos hablar de eso, no ha logrado ser un espacio de justicia, o de “democracia”, si es que todavía le crees a ese término, o bien, en caso que compartas la existencia de esa práctica política pseudo kitch: inoperante, castigadora, represora y, además, poco “democrática” (en el sentido abstracto y puro del concepto). Eso, otro texto, pero lo debía recalcar].

Cuando pienso en el ahora, en el cómo me identifico, primero lo hago sintiéndome Emo. Sí, como en la épocas de Fotolog, en donde cada une buscaba formas de mostrar emociones en una pantalla de fotos, con recursos precarios y programas apropiados de la red. Todo eso hasta que aparece el FotoloGold y debes luchar para tener una cuenta premium con muches Favorite Friends. Entonces, ese gusto por ser en un espacio se torna, nuevamente competitivo, pero aún tienes estrategias, resistes, porque nada más Emo que un ojo con una lágrima en blanco y negro. Aquello le gana a la serie de empresas que comenzaron a meter su nariz en espacios de incomprendides para sacar un provecho y para potenciar rostros, rostros que habitan la pantalla televisiva actual, personajes de ficción de la farándula criolla.   

Soy un Emo romántico y caliente. Romántico en la intimidad, por eso no detallaré mucho. Caliente aunque suene poco formal, porque hasta para ser caliente hay categorías de  lo permitido o no, pero lo soy, de manera superlativa. En ocasiones, también me las doy de académico. Estudio y siento que el sentido del saber es un arma de lucha para los oprimides, y lo creo. Choco con la idea de la educación cuando noto que ese “saber” se aleja, cada vez más, de las necesidades que permiten la subsistencia de una sociedad comunitaria. Recordemos que el saber se mantiene a medida que es un privilegio perteneciente a un segmento del entramado en el que habitamos. Porque aunque nos neguemos, sobre todo en Tchile, hay una marca registrada en cada capa social en la que te criaste: pobreza de huacho. Mamá soltera. Mamá violada. Hijo amariconao. Hijo violento/violentado. Hija SENAME. Clase media con primeros padres profesionales que no dejaron que su hijo único tuviese necesidades. Clase pobre, categoría de media, con madres con sueldo mínimo y tarjeta de un retail comercial. Clase media que trabaja casi 10 horas al día en espacios que odia, maltratados de 50 horas a la semana, quizás más si es que no tiene doble pega abusiva. Clase media de fletos profesionales. Clase trava-jadora.

Porque hay muchas clases medias en el país. También hay una clase resistente, que tiene varios tipos de clases medias, pueblo importante con sujetes que valoran los conocimientos ancestrales, éstos no necesitan ser certificados con un cartón del mundo occidental para validar “nuestros” saberes. Desde ese lugar, es que pienso y busco respuestas en la episteme violada de mi pueblo.

Como si ya no estuviese enredado mi esqueleto, soy mapuche. Y estoy descubriendo cómo serlo. Esta es una de las partes más locas y, aunque ahora creo que ya la tengo más clarita (repito: creo), para conocerla tuve que dar una gran vuelta. Porque la “mapuchidad” fue fomentada por el mapuchómetro “asistente social”, quien te categorizaba para saber qué tan mapuche eras y así asignarte/clasificarte. Si eras elegido contabas con el “apoyo” del Estado, quien con su otra mano reprimía, seguía/sigue matando y robando, pero a ti te daba sobras de subsidio para decir que era una Institución integradora. Entonces tocaba ir a poner cara de pena y perpetuar el estereotipo del “Mapuche Araucano”: pobre y analfabeto. Resultado: CONADI. Si tenías suerte, o eras bien pobre pero con ganas de estudiar en la norma occidental: becas y créditos (que por lo demás son las ayudas más bajas que hay, porque debemos seguir siendo “subalternos”).

Mapuchómetro apostólico romano, ese que hacía que pensáramos en la trilogía santa: amor/castigo/represión y criticaba cualquier costumbre propia, por ser considerada bárbara. El mapuchómetro regional, naciste o no en territorio; te creías santiaguino porque era más cool que les primes que habitaban en los campos de la familia. Mapuchómetro binario. Mapuchómetro de uno o dos apellidos complejos de pronunciar para el criollaje. Mapuchómetros marginales en casa o block rojo. Estábamos desde nuestra llegada con un sinfín de medidas coloniales/racistas para saber qué tan mapuche eras. Por ello, muches quisimos dejar de ser evaluados y no pescamos más. Además, sin lengua, pues el proceso de violencia simbólica a les champurrias es un mundo de posibilidades.

Creces en esa no-búsqueda con reencuentros callejeros, porque eso sí que soy: un callejero. Te comienzas a buscar y encuentras partes de ti,  te miras  con otredades, con iguales, ojos. Miradas. Rostros. Pubertad. Te poní Bélico. Te angustias. Descubres memorias y recuerdos que eran colectivos. Te posicionas en la práctica política callejera. Discursiva. Lucha. En esos momentos: el placer, la identidad, el gusto, la norma que hace bastante dejó de tener sentido. No se discute, porque es otro polo en humanidades diversas en las que te sientes protegide, vives entre colas. Porque lo cola está. Repasemos: Emo, romántico, caliente, académico, clase media con mapuchómetro (sin subsidio), oprimide, mapuche, champurria, callejero y cola. Quedan más, pero no es el momento.

En un momento, lo queer vino a responder muchas inquietudes, momentos y partes de mi cuerpo. Me llevó a caminar con otres marginades que trazaron instantes de mi vida, hasta que quise replantear mi mapuchidad cola. Y me volví a nublar, pues volví a confirmar que lo LGBTIQ+ no realiza la crítica al colonialismo existente con mi pueblo. Porque hay pocos espacios para que maricas mapuche discutan las sexualidades y afectividades ancestrales. Existen, sí, pero a puntas de autogestiones y trabajos ad honorem, por lo que se mantiene la precarización hasta por pensar como marica/fleto/cola mapuche.

Ahora sigo pensando, ¿dónde queda la autorrepresentación? ¿Será que me debo identificar con algo en su totalidad? O más bien construir un cuerpo segmentado solo por el hecho de sentir que pertenezco en cuanto me defino, volver a llenar de fronteras este cuerpo. Siento que, aunque nos seguimos moviendo en fronteras, debemos apropiarnos de éstas. Corromper los espacios creados por el sistema, porque las fronteras son solo para nosotres, la clase que debe ser segmentada; permitiendo, paralelamente, que fluya el capital, que se mueva sin pedir permiso, tal como lo hacen las clases dominantes, las elites, las castas, etc. Muchos criticarán por utilizar un término “castas”, tan cuestionado, pero es que lo son: segmentos de humanidad que se cerraron a ser sociedad y se protegen en sus “razas” crediticias, tal como lo ha hecho la historia. Las personas diverses no, debemos cerrarnos en las fronteras.

Lo que quería contestar tiene que ver con esa pregunta: si “los mapuche e indios diverses de todos los territorios, ¿se sienten representados o interpelados en este día?” (duda inicial del peñi Ricardo). No es que no me sienta interpretado, pero no era parte de mi agenda, de hecho ni sabía que era ese tal día. Las redes sociales avisaron y yo, medio alienao, lo compartí en mis historias de Instagram “apoyando”. Pero ahora que lo repienso: no. Lo LGBTIQ+ no me representa del todo, porque el “+” está antes de las categorías, del acrónimo, pues las diversidades ancestrales habitaban el territorio previo a las categorías y segmentos occidentales, por eso me cobijo en las nuevas corrientes diversas que dialogan y critican los otres institucionalizades, de ahí: +LGBTIQ.  Aunque, si me invitan a una actividad por #no+fobias, igual voy. No me molesta, de hecho me gusta lo queer, sí, porque da que hablar; pero no hay que hablar amarillamente. Debemos dar que hablar con escándalo, tacos y un poco de brillo. Siento que estamos en un fluir variado y no todes debemos, en estos momentos, habitar los mismos territorios ni pensamientos. Aunque claro, no quiere decir que no importa lo que piense mi compañere, me importa y aprendo, pero eso no me hace hoy “LGTBIQ+” o “+LGTBIQ”, no hasta que sea un espacio descolonizado. Paradójicamente creo que lo comparto bastante y empatizo con ideas del movimiento, pero soy diverse.

Agrego, como dato adicional (o al pie de página), que tengo mucho de reina (sobre todo por cómo me desplazo), además del constante #dramaqueen en discusión de la #mapuchidad que me acompaña. No me molesta ser, transitar por disidencias, integrar y salir; acompañarnos en un  proceso de fluir, de tacos, barbas, calenturas, sueños, besos; con escrituras emos, que parten de manera estructuradas y se pierden, dejando las fronteras del buen decir, pero sin olvidar que antes de todo eso, en la ancestralidad estaba lo diverse, estaba antes  el +.


David (Vicho) Coñomán Romero

Mapuche-Champurria. Nació en Santiago waria producto de la migración forzosa familiar. Trabaja en torno a escrituras de sensaciones, luchas y resistencia a los territorios impuestos. Miembro del Colectivo Rangiñtulewfü y del Colectivo de arte Uno1. Trabaja como Profesor de lengua y literatura, además de ser investigador en el área de Innovación Curricular.


Intervención de imagen de portada: Sebastián Calfuqueo