*Esta entrevista fue realizada el 27 de octubre de 2018 en la Comunidad de Temucuicui, sin embargo, tras el asesinato por parte de Carabineros de Chile el 14 de noviembre de 2018 al weichafe Camilo Catrillanca, no fue publicada hasta ahora.
Griselda Calhueque ya le había dado comida a los animales. Entra a su casa y cocina una tortilla, además de macerar el mate para sentarse a conversar. Era un día tranquilo y soleado en Temucuicui, una comunidad mapuche ubicada en la comuna de Ercilla, Provincia de Malleco, Región de La Araucanía, en Chile.
Trozos de queso, tortilla y mate ya están dispuestos en la mesa y Griselda insiste en que no tenga vergüenza en comer. La casa de madera es relativamente nueva, pues está construida en un territorio recuperado.
“Nosotros estamos por una lucha justa, estamos reivindicando nuestro propio territorio ancestral, lo que siempre fue de nosotros, lo que nos quitaron y que ahora se ha estado recuperando. El Estado tiene una rabia contra nosotros, porque siempre hemos dado la pelea, hemos dado la lucha, y ellos intentan silenciarnos de alguna manera, encarcelando a los maridos, a los hermanos. De ahí nosotros hemos sacado fuerza para seguir luchando, aquí nacieron nuestros bisabuelos y abuelos, nosotros somos herencia”, dice.
Griselda Calhueque solo pudo estudiar hasta la educación básica, pero no porque no quisiera, sino por pobreza.
“Mi papá era trabajador de un particular y él lo explotaba. Él trabaja con los bueyes, iba a sembrar trigo, se sacaba la cresta, regalando los pulmones, se aprovechaban muchísimo, y esa es una rabia que tengo con los latifundistas. Éramos cuatro hermanos y fuimos criados en media hectárea de tierra, en media hectárea no hacemos nada. Lo que daba era para sobrevivir. Así que no pude estudiar, lo que sé me lo da la tierra, la sabiduría que me da la mapu. Pero con estas manos sobreviví, crié a mis hijos, ayudé a mis papás cuando me fui a Santiago a trabajar”.
A los 14 años emigró a la capital donde trabajó en casas particulares, “limpiando, cuidando niños. Yo decía esto es una temporada para ayudar a mis papás, pero siempre pensaba en volver”.
Estuvo alrededor de seis años en Santiago. “Veía las noticias de la recuperación y yo decía no debo estar acá, debo estar con mi gente. Mis papás entraron a una recuperación en Chacaiko, y el Jaime (Huenchullan) también fue a apoyar, y ahí nos fuimos conociendo, a través de la lucha. Ahí yo me vine. Aquí no pasábamos hambre, porque podíamos trabajar en las huertas, pero después vino el tema de la represión, en Temucuicui conocí lo que son los allanamientos. Llevábamos meses de casados no más, y Jaime fue encarcelado. Después nacieron los hijos, él salió. Estuvo en la cárcel de Angol, también en la de Victoria. Así que muchas veces debía hacer el rol de mamá y papá”.

“El día de nosotros es trabajar en la huerta, cuidar los animales, estar pendiente de las ovejas. Del huerto también sobrevivimos, sembramos, ahí tenemos alimentos, verduras, orgánicos. Reparando cercos, muchas cosas, siempre hay trabajo. Algunas familias han salido a trabajar afuera por necesidad si tienen más niños, pero por temporadas. Las mujeres especialmente, hacemos queso para el consumo y algunos los vendemos, porque también necesitamos recursos para alimentos que no producimos, como el aceite o azúcar, que tenemos que comprar en el pueblo. Así es el día a día y cuando hay represión, defendernos no más, ahora puedo estar hablando, mañana puede entrar la policía”, explica.
Griselda está casada con Jaime Huenchullan Cayul, un reconocido werken (vocero) de la comunidad de Temucuicui, quien ha sido detenido en más de seis ocasiones por su rol dirigencial y fue una de las ocho víctimas del montaje de Carabineros conocido como “Operación Huracán”.
¿Cómo cambiaban las cosas cuando Jaime estaba en la cárcel?
Difíciles. Yo me quedé con los dos niños que se llevan por un año y un mes de diferencia. Andaba con las dos guaguas en brazo en las cárceles. Había que tener recursos para los pasajes para ir a verlo, para los pañales, las leches. Fue horrible toda esa experiencia. Pero desde ahí, sacamos más fuerza no más.
¿Cuántos allanamientos han vivido?
Sobre todo cuando vivíamos arriba, nunca tampoco mostraron la orden de allanamiento, jamás han mostrado un papel diciendo “mire esta orden”. Recuerdo cuando Jaime no se presentaba y decidía estar clandestino, no solamente él, varios lamienes de la comunidad, porque el Estado ya no les creía. Si se presentaban los iban a inculpar igual.
¿Cómo vivían esos periodos que Jaime estaba clandestino?
Era difícil. Cuando no se presentaba y llegaba el tiempo de la orden, ahí la policía empezaba a allanar las casas. No les importaba si había niños. Venían tirando patadas, quebrando vidrios si es que había, porque después ni vidrios le poníamos a las casas, porque los iban a quebrar igual.
Cuando vivimos allá arriba, 50 o 60 policías para cada casa. Cuando no pillaban a los maridos, hacían destrozos no más. Sacaban a los niños para afuera, no les importaba si estaban durmiendo.
¿Hubo períodos con más tranquilidad, respecto al contingente policial?
Casi nunca, siempre tenso el ambiente en la comunidad.
¿Y cuándo fue la Operación Huracán?
Íbamos a Ercilla a comprar unas plantas. A veces ni memoria tengo para recordar cuántas veces fuimos allanados, cuantas veces nos han controlado, es como parte de la vida, ya nada me asusta. Uno va al pueblo y no sabe si lo van a detener o acusar por algo, siempre está ese temor, pero nos ha pasado tantas veces que ya ni miedo tenemos. Tenemos nuestra conciencia tranquila. Miedo eso sí a que nos disparen, a que nos maten, porque actúan de esa manera.
Yo siempre supe que era un montaje, siempre tuve la certeza que el Estado mentía. En el momento se veía muy oscuro, pero sabía que se iría aclarando de a poco, y así fue. Pero en ese momento toda la prensa hablando, como que era el criminal más grande del mundo, pero yo no bajaba mi moral. Los niños vieron todo y después les costaba hablar del tema.

¿Qué les responderías a las personas que señalan que esta comunidad es violenta?
Cómo vamos a ser violentos, si nosotros no utilizamos las armas. La única arma de nosotros es hablar. Las armas las utilizan los policías y el Estado, ellos son los terroristas, siempre están armados. Nosotros nos defendemos con las palabras, con un wiño o un palo, pero jamás armas.
¿Han notado algún cambio con la llegada del Comando Jungla (Grupo de Operaciones Policiales Especiales de Carabineros, Gope entrenado en Colombia)?
Más policías, ha habido más controles, más militarizada la zona. El Estado que gasta dinero para tanta policía para la represión hacia nosotros. A veces se andan paseando de civil por los pueblos. Han venido a otras casas, andan por aquí con las tanquetas, viene de la base de Pailahueque. Pero no nos queda otra cosa que resistir. Por eso nuestra frase: seguimos resistiendo.
Yo ahora cierro los ojos no más, no miro para atrás y pienso en mis hijos. Mi hija quiere estudiar, y nosotros trabajaremos para eso, pero yo siempre le digo que nunca debe olvidar de dónde viene y de lo que sufrimos.
Paula Huenchumil
Periodista. Magíster en Estudios Americanos, Universidad de Sevilla. Diplomada en Lingüística y Culturas Indígenas y Diplomada en Periodismo de Investigación, Universidad de Chile. Trabajó en la Cátedra Indígena de la Facso y en diversos proyectos de revitalización mapuche en la ciudad. Actualmente es periodista del periódico digital e independiente Interferencia.cl.
Intervención de imagen de portada: Sebastián Calfuqueo