Categorías
Sin categoría

A cada hermana con corazón de weichafe

Por Daniela Catrileo

Dedicado especialmente a la lamngen Nicolasa Quintreman,

a la lamngen Macarena Valdés, a la lamngen Emilia Bau 

y a la lamngen Damaris Meliñir.

Todas íbamos descalzas, 

danzando bajo el cielo azul.

Faumelisa Manquepillán

poeta y artista mapuche

Poyen pu zomo, pu ñaña, pu wenüy. 

Queridas hermanas, compañeras, amigas. 

Esto no es una charla, tampoco una gran conferencia, menos un discurso de experta. Esto es un intento, un balbuceo, una lengua suelta. Finalmente resultó ser la hebra de una gran madeja de enredos y texturas que se transformó en carta. Una epístola amorosa y política para cada una de nosotras, con el cúmulo de afectos y reflexiones colectivas que llevo sobre mi espalda. La escritora chicana Gloria Anzaldúa me habla al oído, dice: “No es fácil escribir esta carta. Empezó como un poema, un poema largo. Cómo empezar de nuevo. Cómo aproximar la intimidad y la inmediación que quiero”.

Hermana, compañera, ñaña: ¿Hace cuánto no te escriben una carta? pensaba en eso estos días. En cómo hacer del abrazo un encuentro de territorios, a pesar del horror de la militarización, de las fronteras, del alambrado latifundista, del monocultivo acechando tu lof, del cholguán frágil que sostiene tu mediagua, de tu no-territorio, de la huella seca del río. 

Me escriben estos días que necesitan el nombre de estas palabras, me demoro caracolamente porque a veces los títulos llegan por las ramas ¿Cómo nombrar una carta? ¿Cómo nombrarlas a ustedes mientras puedo leer? ¿Cómo hacer que la carta llegue a su destino, aunque ese lugar esté colmado de los residuos tóxicos de la agroindustria, de las partículas tóxicas de las termoeléctricas en las zonas de sacrificio?  

Quiero tejer sobre una esquela que no sea una postal inmóvil, sino que en llamas, en un fulgor vivo. Donde la letra baile, salte, resista, se vuelva bestia y monstruo, y salga de los márgenes para llegar a nuestras periferias fuera de los mapas, en esa población que también nos ha enseñado de comunidad entre tanta orfandad neoliberal. 

Quiero trenzar una letra ruidosa que batalle como ustedes y se transforme en afafan, en grito.

Una carta champurria, como muchas de nosotras. 

Una carta cuyo contenido no pueda ser parte de un comercial de retail para el día de la mujer.

Luego, recordé la dedicatoria que escribí para las mujeres de mi Pueblo en el libro Guerra Florida o Rayulechi Malon en mapudungun: “el idioma de la recuperación del orgullo y la reconstrucción de la memoria”, como dice la querida poeta mapuche Liliana Ancalao desde Puelmapu.  Entonces, escribí como ofrecimiento y agradecimiento en la primera página: “A cada ñaña con corazón de Weichafe”. Porque siempre lo han sido, porque siempre han estado al frente por la recuperación territorial, por la lucha antiextractivista, por la autonomía, por la defensa de nuestras formas de vida, de un Küme Mongen para todes. Ñañas Weichafe, más allá de las heroicidades coloniales que el Estado ha levantado, más allá de los imaginarios varoniles que el patriarcado ha monumentalizado. 

Hoy estoy frente a ustedes no con el fin de representarlas, no podría adjudicarme aquello.  Sin embargo, estoy aquí como una más de ustedes. Mi voz no quiere hablar por otras, sino hacer justicia por otras, porque mi voz no es individual es una resonancia colectiva. Soy apenas el gesto del eco retumbando en las montañas como un witral de nuestros sonidos, en el cauce del río (sobre todo el río que me escribe y forma).

 ¿Imaginan todo lo que tuvo que pasar en la historia de este territorio para que una mujer mapuche se pare frente a ustedes a leer su carta en la universidad? 

Hija de trabajadora y obrero, hija de madre chilena y padre mapuche, como muchas de ustedes.

Por eso, hoy no estoy sola. Me acompaña cada una de sus experiencias que he intentado cobijar en la escritura, en el diálogo, en la escucha. Mientras escribo esto, escucho también la voz de mi abuela Ana Rojas, diciendo que quiere escribir su historia de vida en un cuaderno porque quiere regalarme sus memorias para cuando ella no esté, pero como llegó hasta tercero básico le da vergüenza que no entienda su letra. Me regocija de ternura este gesto porque es un acto político inscribir las huellas del paso por este mundo, de la observación del mundo en nuestros cuerpos. Aunque el mundo y muchos de los que habitan en él, no quieran saber de nosotras: brotes anónimos en la inmensidad del bosque nativo. 

Y así hay algunos que dicen que la escritura no puede ser un arma, claro que por sí sola no lo es, quizás para ti no lo es, pero en las manos de nuestras abuelas y niñas es una herramienta filosa más que simbólica. No lo sabremos tantas de nosotras, que no nacimos con el derecho a la letra, pero la porfía es también un campo que florece. La venganza de quienes han llamado indias, flaites, negras, piñiñentas. Tanto falta callar un poco para abrir los oídos y escuchar a nuestras antiguas. Y abuela, por eso también escribo. Por ti y todas las mujeres de nuestra familia, de nuestras comunidades cercanas, las mujeres que incluso ante el peso del rayo blanco sobre sus hombros se levantan cada día para prender el fogón, para hacer Llellipun. Para esperar fuera de la cárcel a sus hermanas y hermanos apresados injustamente, muchas veces sin pruebas, en prisiones preventivas que se extienden infinitamente o también bajo la Ley Antiterrorista. 

Escribo con el sonido del mapudungun de mi bisabuela Rosa Quilaqueo como un canto indescifrable que no pude traducir más que con el gesto de la memoria. Escribo con las manos tejedoras de mi abuela ausente Juana Collihuín, quien a pesar de su falta sembró los caminos para que su historia y tejido pudiese llegar hasta mí. También escribo por mi querida Abuelita “María de nadie”, que escondida de sus patronas nos entregó veranos con piscinas en sus casas lujosas a casi dos horas de nuestras pequeños blocks, ampliaciones y campamentos. Escribo por mis tías que en la precariedad rebuscaron estratégicamente las letras que se transformaron en mi deseo. Y sobre todo a mi mami, Ana Cordero, tañi ñuke, infinita profesora para la infancia empobrecida de nuestros barrios. 

Así me presento ante ustedes, pu lamngen, con esta genealogía y tuwün enredado entre Chañil-Quilaco, Bollilco & los bloks de San Bernardo, para que me conozcan. Porque sé que muchas deben estar pensando: ¿Quién es esta? ¿Quién le dio el derecho de estar allí? Quisiera responderles que todas ellas o que ninguna, y que también es gracias a ustedes. Nos tomamos y recuperamos los espacios negados. Porque estoy segura que sus árboles y ramitas son similares a las mías y por eso les hablo primero, porque nos han enseñado a desconfiar entre nosotras. Porque llevamos las heridas como dagas o akuchas contra nosotras mismas, en vez de lanzarlas al enemigo. Esto aunque no lo quiera me entristece. Les respondo, pu ñaña: no soy más que esto, una construcción colectiva de conversaciones, resistencias y relatos que nos enredan más allá de un día en especial. Aunque cuando me pregunten lo que hago, casi siempre respondo que soy escritora, porque escribo y aunque me tardé años en poder decirlo, tampoco es tan diferente a tejer. Decirlo no me señala como una mujer en particular, sino a muchas otras que no pudieron decirlo. Porque durante años las mujeres como nosotras no tuvimos el derecho para poder enunciarnos de este modo. Incluso hoy, parece que no tenemos permiso ni lugares para escribir, y eso no significa que no lo hagamos. Aunque estemos todo el día inventando cómo poder comer y escribir a la vez. Y vaya que nos ha costado años de lucha poder decir lo que queremos. Escribo gracias a todas las mujeres de mi familia que me han entregado su confianza como un prisma que proyecta sus colores ante la llegada del sol.

Mientras escribo esta carta pienso en otras mujeres, en las que no aparecen en los libros de historia. Como mis abuelas, tías y madre. Como mis vecinas de la Población Martín de Solís en San Bernardo. Como las mujeres mapuche que hoy se atreven a ser candidatas constituyentes, ante las complejidades que esto significa. Como las mujeres que les prohíben llamarse mujeres en el orden binario que nos han impuesto. Como todas las mujeres que escribieron antes, poetas indígenas, escritoras negras, a sus cantos y formas estéticas que no estaban separadas de la vida de nuestras ancestras. Como las mujeres y niñas que tienen que soportar la sordera estatal y ser conducidas al SENAME. Como quienes han sido asesinadas y despojadas, torturadas y violentadas. Como las mujeres que día a día cosechan y siembran para que la ciudad pueda comer. También a quienes defienden sus territorios con su vida. Como todas las amigas y compañeras de pega cómplices, contestadoras y rabiosas. Como aquellas hermanas que no pudieron hacer huelga el día 8 de marzo, porque también al feminismo se le olvida que no todas pueden marchar o parar. Como las mujeres haitianas que no les entienden su lengua y son castigadas por ello. Como las tías del aseo y de la cocina de cada colegio al que fuimos. Como aquellas que van hoy en plena pandemia hacinadas en el metro y en la micro. Como las mujeres migrantes que caminan semanas por los desiertos intentando encontrar un refugio. Como las  hermanas afrodescendientes que ni siquiera han sido reconocidas con los escaños reservados para escribir una Nueva Constitución. Como quienes perdieron sus ojos por el disparo asesino de carabineros. Como quienes privadas de libertad apenas ven el cielo. Como las hermanas de pueblos indígenas que les han negado ser parte de los “originarios” en Chile, negándoles así la posibilidad de enunciarse como Pueblo. Como todas a quienes nos han prohibido y nos siguen prohibiendo la dignidad. Esta es nuestra experiencia común: la herencia a veces se traduce en entender la fortaleza que nos mantiene en pie, a pesar de los permanentes temblores de este país.

Queridas hermanas, quisiera terminar diciéndoles que mientras escribo esto, la cámara de diputados aprobó con 61 votos a favor un proyecto de Estado de Excepción constitucional sobre Ngulumapu, la parte oeste de la cordillera de los Andes, al oeste del Wallmapu. No quisiera imaginar que esto pueda ser llevado a cabo en un territorio que sufre constantemente la violencia colonial y racista del Estado, la policía y las empresas extractivistas. Un territorio donde la infancia es vulnerada. No podemos permitir que esto ocurra en un país cuyas instituciones no respetan los tratados internacionales de derecho. 

Por esto, nuestra lucha no puede ser sólo contra la inequidad de género. Las condiciones históricas y políticas de nuestro territorio, nuestros cuerpos, nuestros lugares de nacimiento son inseparables de las batallas que damos, no podemos escindir la raza, la clase y el género. Esto no puede ser solamente un discurso. Nuestra lucha también es por comunidades y Pueblos libres, por la posibilidad de seguir existiendo ¿Qué más rebelde que exigir la existencia de nuestros Pueblos? 

Sé que muchas de ustedes no quieren ser llamadas feministas, porque se reconocen en otras epistemologías y genealogías, en un rakiduam más cercano con su memoria. Y no porque no crean en la emancipación, al contrario. Cuánto tenemos que aprender también las feministas de sus luchas antirracistas y anticoloniales, porque no todas tienen que ser feministas para luchar contra las diversas opresiones a las que ustedes se enfrentan y se han enfrentado. Para todas las demás mujeres que están escuchando: imagina ser una mujer indígena que defiende su territorio enfrentada a la violencia día a día. Quizás si radicalizamos nuestra empatía política y afectivamente podremos ver más allá. No es necesario acumular opresiones para que te transformes y también transformes los espacios que habitas, trabajas y activas. 

Las mujeres indígenas, las mujeres afrodescendientes, las mujeres migrantes, las mujeres de clases populares, las mujeres trans. 

Todas con sus prácticas políticas de lucha, son sujetas políticas, incluso más allá del feminismo. 

Como nos dice Cherríe Moraga: “¿Cómo he internalizado mi propia opresión? ¿Cómo he oprimido? En lugar de ello hemos dejado que la retórica haga el trabajo de la poesía. Aun la palabra “opresión” ha perdido su fuerza. Necesitamos un lenguaje nuevo, palabras mejores que puedan describir de manera más cercana los miedos de las mujeres y la resistencia de una hacia la otra”. Con ese mismo coraje, con esa misma fuerza. Por la posibilidad de jugar y danzar y escribir y cosechar y vivir libres y colectivamente. 

Küme Newen, Küme Mongen. Esta carta es por nosotras. 

Kiñe fütra pangko. 

Un gran abrazo,

Daniela Catrileo.


Daniela Catrileo

Escritora mapuche y profesora de filosofía. Ha publicado los libros de poesía: «Río herido» (Edicola, 2016), «Guerra florida» (Del Aire, 2018), las plaquettes: «El territorio del viaje» (2017), «Las aguas dejaron de unirse a otras aguas» (Libros del Pez espiral, 2020) y el libro de cuentos: «Piñen» (Libros del Pez espiral, 2019). Es integrante del Colectivo Rangiñtulewfü y forma parte del equipo editorial de Yene Revista. Se dedica a la edición, docencia e investigación independiente.


Intervención de imagen: Paula Baeza Pailamilla

Una respuesta a «A cada hermana con corazón de weichafe»

Replica a Cynthia Zuñiga Cancelar la respuesta