Mis andanzas tomaron otros rumbos desde los veinte años, momento en que mi piuke reconoció su territorio desde la lejanía. Que me faltara el lafken, eran suspiros. Santiago warria era mucho ruido, cemento, gente y calor para alguien de la Willimapu.
Kallfüko, es agua azul, el lugar donde mis pasos encuentran sentido. Solo por estar, por jugar en la mar. Recuerdo esos primeros brincos de bote en bote, de lancha en lancha, con las amigas intentando llevarnos cualquier botecito, aunque sea sin remos -total- la mar siempre nos mece.
Y así como las aguas, aquí llegó a mecerse mi cheche Cornelio Parancán Llancapani. Venía de Pichicolo, ya desarraigado de su ser williche, junto a sus padres Antonia Llancapani Parancán, Juan Ignacio Parancán Huenten y sus hermanos. Mi mamá dice: “él era el líder, entonces, trajo a toda su familia a Calbuco”. “Él quiso cercar donde vivía y eso le trajo problemas con su gente”.
Mi abuelo era buzo escafandra y luego se convirtió en empresario de una fábrica de mariscos en Kallfüko. Por lo que cuentan mis tías “para tener una mejor calidad de vida”. Hasta que partió al Wenu mapu a sus cincuenta años, todavía muy joven, mientras realizaba otro de sus oficios: fabricar embarcaciones, goletas, de esas que ya no hay. Lo que cuentan es que estaba en plena construcción y se le cayó una parte de la cabina encima. Dicen que él contó un sueño antes de irse, donde le avisaban de su muerte.

Estos relatos vienen con el kurruf de la niñez, me han acompañado durante mis reencuentros y recuerdos. En la fábrica con los bolsillos llenos de choritos cocidos, jugando entre los pasillos, en la caldera, etiquetando conservas. Hasta que en un momento la fábrica desapareció junto a mi adolescencia.
En mi juventud, entendí el significado de que mi abuelo fuera empresario, “un hombre de esfuerzo” como dicen mis tías. Este desarraigo, la creencia de no tener raíz, sostuvo por mucho tiempo una sensación de pérdida que se fue transformando en anhelo, hasta ser un reencuentro. Los pewmas de a poco comenzaron a hablarme sobre mi lugar, olas que suavemente me devolvían a Kallfüko, mientras mis piernas se vestían de shumpall. Mi cheche relataba su historia con el lafken y cómo debíamos reparar el daño a las aguas para que vuelvan a florecer.
La molfün empuja una y otra vez. Después de 17 años, pude retornar a mi territorio, wiñotün tañi folil mo. Mi cheche dejó sus huellas, no lo alcancé a conocer pero en sueños nos hemos ido encontrando.

Esta historia es la que mejor conozco, la de mi abuelo materno y toda su travesía. El cómo su sangre ha brotado en mí y su memoria es la raíz que me forma y acompaña. En el piuke resuena ahora la historia de Antonia, mi bisabuela. La machi que me escucha, me nombró desde ella: «Llancapani», allí comienza mi retorno hacia lo materno, hacia la gran mar que me mece. Ya no solo para adentrarme en sus profundidades, buceando y navegando como mi abuelo, sino para sentir el suave murmullo de las olas y su ternura al abrazarme.
Paulina Pineda Parancán (1983)
Creció hasta los 20 años en Kallfüko wapi mo X región, hasta emigrar a Santiago warria mo por estudios. Su wirin Huilliche nace en la memoria del lafken que la acompañó en la ciudad a través de pewmas, que le contaron acerca de su küpan. El que hoy escribe su püllü.