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Luciérnagas

Por Wilkellys Pirela

Tuve que ir a la Aurora de Chile para recordar que en mi baño tampoco había luz.

Nos bañábamos con una vela encendida, las cucarachas pasaban por los pies y apresurábamos los baldes de agua. Tuve que ir a la Aurora de Chile para recordar que en mi baño tampoco había agua. Cuando caía era fortuna, la fiesta del barrio, se podía limpiar la casa, limpiar los platos, los cuerpos, las calles, los ojos, las mentiras.

Tuve que ir a la Aurora de Chile para recordar.

Lo impresionante del tiempo es la capacidad de borrar sensaciones.

Lo impresionante de un baño sin luz es que te las devuelve.

Crecí en el mismo nido hasta que me tocó partir, las piernas remaron por azar y en el juego drástico de pasar fronteras, se quedaron montones de bolsas llenas de historias, nombres y besos. He logrado hallar algunas, la más reciente fue en la Aurora, una población que resiste al  “progreso”. Una población que vive hace más de ochenta y cinco años.

Al llegar, vi una cabaña, su color canela me amparó por lo parecido de nuestra tez. El frío de Concepción siempre se me hace raro, irrumpe en los huesos sin pedir permiso, por eso entré apenas llegué al lugar. Había comida, sillas, gente. No sentí el conteo del reloj mientras aguardaba a que empezara el cortometraje, el día aún claro me invito a la comodidad.

Recuerdo que, en la Universidad, Facundo Bardi se burló de la gente que se bañaba con tobos, para él fue un chiste, para mí una daga directa a lo doméstico. Al escucharlo pensé en lo mucho que disfruté cada gota que resbaló por mi piel oscura, las olas pequeñas que nacían matando el calor.

Tuve que ir a la universidad para entender que había baños con ducha.

En el BíoBío el sol ya estaba a medias cuando empezó. El cortometraje me adentró al sector, vi similitudes entre la Aurora de Chile y el Cerro de Caracas. Los territorios distantes están rayados por un dedo blanco lleno de sangre, nos unen los sacrificios y las sonrisas, la dualidad entre vida y muerte.

Mi familia no huele a libros. Olemos a escaleras, a viernes de fiestas, a gozadera engañosa, porque el dolor puede volverse baile. Puede volverse un baño sin luz. Puede volverse Chile.

Se hizo de noche.

El gélido Río Grande llenó mi vejiga de agua bendita, mi cuerpo denso quiso expulsarlo, Las palmas heladas de mis manos avistaron las ganas de mear, decidida a probar la poceta fui sin pensarlo.

Entré al baño.

La noche eléctrica apretó la lucidez. Caminé a tientas, sin estar segura a donde pisar, sujeté la puerta con una mano para no olvidar la salida,  encendí la linterna del celular y apareció la imagen.

–¿Cómo la gente puede usar un baño sin luz? – dijo una voz en la mala memoria. ¡Y zas! De golpe volvió la bolsa perdida, la fotografía extraviada.

Destellos azules sobre el manto negro, lineas cruzadas entre sombra y luz, me tomaron. Fui reclusa de mi propia experiencia. Todo rápido, todo oscilante. Sentí una nube de polvo en el recuerdo. Mi cáscara erizada habló del pasado.   Volví a ser niña. Veinticuatro años se olvidaron en cinco.

Qué fácil fue borrar la oscuridad. 

Quienes hemos habitado la pobreza (realmente) sabemos cuánto magulla tenerla dentro, en los agujeros, las muelas, el cabello roto, en el baño sin luz. 

La poceta solitaria apenas se distinguía, borrosa, nublada, perturbada. Las botellas plásticas llenas de agüita estaban a un lado, servían para limpiar los meados, los mojones, menguar el olor.

Durante años lleve luciérnagas al excusado, bajando y subiendo, con miedo a la vigilia, a que se acabara la vela, a que se fuera el agua. 

De pronto olvidé bañarme con tobos, saludar fantasmas, hablar con mi madre mientras cagaba, separadas por la puerta de cartón. Olvidé mi vida en el Cerro, olvidé a Facundo, la rabia. Olvidé imaginar otros mundos, mi mundo, uno en el que forjé ideas, preámbulos, rupturas. Olvidé que vengo de abajo, que allá es arriba, que aquí es sur y allá norte. Subí una escala, porque ahora puedo prender el interruptor y no pensar.

Comernos el baño con luz de cera, danzar con insectos, quemar la casa, mojarnos en mierda, perdonarlo todo.

Fuimos a ver un corto y quien termino cortada fui yo. La película estuvo siempre allí, en el baño, en el baño sin luz, en el baño sin luz y sin agua. En la Aurora de Chile.

¿De cuántos baños me habré burlado?